viernes, 15 de mayo de 2020

Brian Turner (EEUU, 1967)*




CONFESONARIO EN HOSPITAL DE VETERANOS

 
 
Cada noche es diferente. Cada noche es igual.
A veces aprieto el gatillo. A veces no.
 
Cuando aprieto el gatillo, a menudo él está ahí, sencillamente,
gesticulando, como diciendo, “¿No te avergüenzas?”
 
Cuando no, se empapa
en gasolina, se ahoga en fuego.
 
Un perro ladra en el paisaje nocturno, verde e iluminado,
y el sargento del pelotón me ordena dispararle.
 
Algunas noches me retuerzo y me sacudo en mi sueño.
Mi amante aprendió a girar la cara.
 
Cierra los ojos cuando la cojo. Me imagino
que ella está lejos, y no usamos la palabra “amor”.
 
Cuando duerme, los helicópteros
vuelan bajo sobre las palmas datileras.
 
Los hombres están atados, de rodillas, temblando
en el corral de los animales, mucho antes del alba.
 
Yo les susurro al oído, diciendo, “¿Ullidos de viento?
¿Ullidos de viento?” Queriendo decir, “¿Morteros? ¿Morteros?”
 
“¿Aullidos de viento, hijo de puta? ¿Aullidos de viento?”
La vaca lechera mira fijo con sus enormes ojos marrones.
 
La vaca quiere saber
cómo puedo puedo hacerle eso a otro ser humano.
 
Reviso la paja del rincón
buscando armas escondidas. Reviso la cloaca.
 
No se lo digo a nadie, pero a veces de noche
descubro rifles y balas dentro de mí.
 
Otras noches manejo por Bagdad.
Firebaugh. Bakersfield. Kettleman City.
 
Algunas noches estoy arriba, en la escotilla,
disparando un par controlado al radiador de alguien.
 
Algunas noches oigo gritar a una mujer.
Otras le disparo al auto chocado.
 
Cuando el chico nos trae una bandeja de frutas,
confundo el melón con un cráneo humano.
 
A veces el francotirador le dispara a la casa.
A veces el francotirador me dispara a mí.
 
Cada noche es diferente.
Cada noche es igual.
 
Algunas noches aprieto el gatillo.
Algunas noche lo quemo vivo.
 
 
 
 


AJAL
 


—“la hora de la muerte, que los musulmanes creen que Dios determinó para cada individuo, no puede ser atrasada ni adelantada.”
 
Hay noventa y nueve nombres especiales para Dios,
hijo mío, y no hace tanto tiempo te sostuve en brazos,
recién nacido bajo una luna creciente,
y te di el nombre que significa servidor de Dios,
y no hablé de tanques,
el estruendo de las armas, los misiles volando
sobre los techos de nuestra ciudad — te susurré
una vez cada año el llamado a la oración.
 
No debería ser así, Abd Allah,
tus propios hijos, dentro de muchos años,
deberían lavar tu cuerpo tres veces
cuando murieras. Deberían sellar tu boca
con algodón, recitando plegarias bajo una
luz tenue y llorando, un perfume de limones
y jazmines en tu piel.
 
No debería ser así, Abd Allah.
Yo quería que vieras el Arco de Ctesifonte,
la Torre de Samarra, el Zigurat de Ur.
Quería mostrarte el idioma árabe
escrito en el lomo de las montañas serradas.
Quería enseñarte la historia de nuestra familia,
y ver adónde podrías llevarla.
 
No puedo deshacer lo que hizo la metralla.
Bajo a la tierra desmenuzada
para girar tu rostro hacia La Meca, como debe ser.
Recuerda las viejas palabras que te enseñé,
Abd Allah. Y vé con tu madre,
enterrada aquí a tu lado — ella sabrá el camino.
 
 
 
 
 
(*)  Brian Turner fue durante 7 años infante de marina, y como tal participó
      en operaciones en Irak, Bosnia, etc. 



(Fuente: Gerardo Gambolini)

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