II
Respiraba yo
la ventisca de los cerros
que adrede se metía
en hendijas
y puertas desportilladas,
castañeteaba
la sinrazón
hecho un ovillo;
las acacias del patio
crujientes de nieve
y pájaros petrificados.
Dormía
a borbollones,
a nervioso zigzag
me revolvía en la cama,
y en la saciedad
de esos minutos
en que el alba
se mezcla con los grises
que se pierden
entre las nubes
y se ven más blancos
de lo que son,
y me largaba a llorar.
Lloraba
lágrimas de alquitrán
y de candiles apagados,
a letra y descuido
y pañuelo trapo.
Pasaron los años,
el sagrado cetáceo
se guardó
en este libro
y estas torpes ilustraciones
que tantas veces
sobrevoló
mi cuarto
y aún es recién parido.
- Inédito -
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