sábado, 25 de octubre de 2025

Robinson Quintero Ossa (Colombia, 1959 - 2025)

 

In Memoriam: Robinson Quintero (1959-2025)

LA POESÍA ES UN VIAJE

 

Por: Robinson Quintero Ossa (1959-)

Este libro está dedicado a Jaime Quintero Cabal

Al pasar desde la carretera he visto

una luz brillando a lo lejos,

una consoladora luz humana encendida

que mantiene contra la noche

la noticia de otra presencia

MARIO RIVERO

I

Hay quienes navegan por estrellas que no se ven

GUSTAVO IBARRA MERLANO

 

 

CANCIÓN DEL CHOFER EN EL PARABRISAS

Ante mí veo lo que un día se borrará para siempre:

colinas de altos pastos rojos

un río de brillantes peñascos

una montaña escasa de luz

y otra cumbre más distante donde ya es la noche

Un cielo color granate

y un viento que entra con sus pájaros en el crepúsculo

también de viaje

El temblor de los platanales en la carretera

las aguas estancadas en las zanjas

los abismos por los desfiladeros

El oscuro sonido que se hace debajo de los árboles

y la última luz viva de la tarde

todo en viaje hacia la noche

Ante mí veo lo que un día se borrará para siempre

 

RUTAS

Los pensamientos del chofer

mientras gira silencioso

con el volante el mundo

¿Qué bulle en ese solitario corredor de fondo

entre tanto pasan árboles

precipicios

y sombras?

Mientras los pasajeros cabecean el sueño

¿qué les entretiene?

¿qué le mantiene despierto?

¿Cuántos pensamientos son dolores

cuántos alegría?

El bus sigue la ruta

Pero los pensamientos

¿qué rumbos llevan?

 

AYUDANTES

Desde niño admiré su osadía de viajar

colgados del borde de las puertas

de los buses

asidos a una manija por una mano de aire

Equilibrista de la carretera

a quienes el viento les ceñía una máscara

Trotamundos que sortean el filo

de los precipicios

Ubus-Ubus: pájaros de una sola ala

los llamaría Apollinaire

 

 

MONTALLANTAS

 

Agradece con un buen deseo el trabajo del montallantas

Sucio

desarrapado

en un paraje de la carretera

se esmera en su oficio

Rápido

y con destreza

repone el neumático

coloca la llanta en el eje

y gracias a él es posible continuar el viaje

que demoró el imprevisto

Un buen deseo:

que en su cama haya calor

que sus amigos lo visiten

que sus hijos rían

Un buen deseo

el mejor

porque vuelo de nuevo en el paisaje

 

LECTURA

 

Las tinieblas verdes en las noches húmedas

de la bella estación…

La parada del bus me aparta de la lectura

y me sitúa ante el sol de la canícula:

dejo los Diarios íntimos de Baudelaire sobre la silla

con su tiniebla verde y húmeda

separando la página

y desciendo

Y en mi libreta elogio este otro mundo:

el fogaje bajo los rojos parasoles de las tiendas

II

Conoces a aquel que viaja y siempre llega a su destino, y la razón de ello es porque no le importa el Cuándo ni el Dónde.

JAIME JARAMILLO ESCOBAR

 

 

BUSES

 

Sigo los buses que viajan veloces en la noche

cuando la tiniebla es más cerrada

y apenas los distingue

el destello de las luces

No dicen a dónde van

ni de dónde vienen

y a nadie dan razón de los asuntos de sus viajes

Pasan simplemente

cada vez más rápidos

y distantes

Sigo sus fraos que trasnochan

y centellean

entre las montañas

hasta extinguirse

Las estrellas cumplen arriba

su destino

Pero más hermosa que la luz

inmóvil

en la luz que huye.

 

LA OTRA ÍTACA

Siempre se ha dicho:

el camino es largo

Para arribar a tal o cual Ítaca

hay obstáculos

extravíos

y pocos atajos

Se necesita de algo más que ardentía

y arrojo

Y se dice también

que al final de la ardua jornada

espera a cada uno la recompensa:

la paciencia es hermosura

después de la niebla hay sol

sacrificio añade sabiduría

Pero sé de lugares jamás encontrados

en los que el hombre ha quedado

en la intemperie

Si no es la dicha el mismo camino

si no es cada paso el puerto

no emprendas el viaje

No siempre se nos espera

No todos llegamos a tiempo

 

GRAFÍAS

Esos nombres escritos por los enamorados

en la pintura de los asientos

de los buses

con una moneda

la punta de un lápiz

o el filo de una uña

Esos mensajes grabados toscamente

en un corazón

deforme

para que queden por mucho tiempo

a los ojos de todos

Esos amantes que sellaron así

una unión

quizá ya no se amen hoy

y estas sean grafías mustias

de un tiempo de esplendor

Lo más probable

es que muchos de esos nombres se escriban

por separado

en corazones distintos

o solitarios

en otro asiento de otro bus que cruza triste

el anochecer

 

PASAJERO

El que es pasajero y nunca emprendió viajes

a esos lugares de donde llama

su alma

viaja ahora en este poema

 

FLOTAS

Jorge Ortiz –artista plástico- ama los buses pintados completamente de amarillo

Los ama también desbordados de rojo

azul

y verde

de blanco y gris

Pero a la hora de viajar prefiere las relucientes flotas de tonos amarillos

Limón

retama

u oro

sin franjas ni bordes de otras tintas

Los buses que cruzan incendiando la noche

Los lienzos vistos en sueños

 

DE LEJOS

Ya casi nadie señala los arreboles con asombro

Inadvertidos por la mayoría de los hombres

pasan

radiantes y efímeros

en un instante del firmamento

Belleza y sentido se nos ofrecen

cada día

pero olvidamos que los dioses prefieren

para declarársenos

la intemperie

La poesía es un viaje. Bogotá. Letra a Letra. 2018. Págs. 15, 18, 23, 27, 35, 45, 46-47, 52, 53, 58, 60.

 

EL LECTOR QUE RELEYÓ A EUGENIO MONTEJO (FRAGMENTO)

Un profesor de poesía busca entre los libros de su biblioteca Los largos oficios inservibles de Eduardo Chirinos y se topa con un título que ya daba por extraviado, El azul de la tierra, una antología de poemas de Eugenio Montejo. El profesor recuerda que el ejemplar lo había prestado, pero no precisas a qué persona, como tampoco precisa la situación en que esta lo había devuelto a los entrepaños. En seguida, ojeando sus páginas, descubre que los márgenes e interlineados vienen abundados de notas manuscritas a lápiz que comentan supuestos desaciertos de composición y que suman recreaciones delos versos. Atraído por la perspicacia de los apuntes y por el buen intento de las reinvenciones, el docente en letras se pone en la tarea de descubrir la identidad del artífice, teniendo como únicos indicios el compendio de sus comentarios y el estilo de sus recomposiciones. Los invito, bien llegados lectores, a seguir a este profesor de poesía en su pesquisa de averiguar quién fue el autor de subrayados y variaciones, y qué razones lo asistieron en su distraída tarea. Quién, lápiz en mano, minucioso y lúcido, audaz e irreverente, fue el lector que releyó a Eugenio Montejo.

4

“SEÑALANDO UN POEMA EN UN LIBRO”

El extraño caso del libro que encontré en los estantes de mi biblioteca, señalado a lápiz por un usuario del que ignoraba su nombre, trajo a mi memoria una breve inspiración del poeta colombiano Javier Naranjo, que aludía a mi casual experiencia de lector y que bien podía dar luces acerca de los ánimos que movieron al desconocido apuntador a escribir y reescribir sobre las planas de El azul de la tierra. El escrito había sido publicado en 2014 por la revista andaluza Palimpsesto, muy consultada en mi país. Busqué el ejemplar en los anaqueles de mi revistero para corroborar mi repentino recuerdo, pues bastante me maravillan las coincidencias que juntan a la vida y a la literatura, todo lo anterior en mi aspiración de descubrir la identidad del que hemos llamado en estas páginas, entre otros calificativos, “inquieto impertinente”. En la página 62 del número 39 de la prestigiosa publicación encontré, como lo había previsto, el aludido poema:

 

SEÑALANDO UN POEMA EN UN LIBRO

Uno señala también para contar

que estuvo ahí

para decir que vuelve a eso,

uno marca

para mostrar su interés

que el interés del otro ve,

uno marca así un poema

con un círculo

que lo define redondo y pleno,

para decir esto también es mío

y aquí también me hundí

como el nadador

que con una mano nada

y que con la otra se sostiene

En efecto, el poema describía con precisión el curioso y apasionado menester del escritor de notas marginales. Si aplicaba la insinuación que el texto transmitía, el despojado relector de El azul de la tierra, como el poeta Naranjo en “Señalando un poema en un libro”, había apuntado sobre las páginas para contar que estuvo en ellas, para mostrar un interés que la inquietud de otro tal vez percataría, para decir que los textos también eran de su pertenencia, que en los poemas él por igual se había hundido como nadador que con una mano nada y con la otra se sostiene.

Los versos de “Señalando un poema en un libro” volvieron a persuadirme de un hecho ya señalado. En realidad, lo que mueve a buen lector a contestar a un texto, a ser equivalente a él, marcando y remarcando, es un impulso febril y espontáneo de seguro irresistible, por sentar su propia verdad, su punto de vista; sin recatos, sin importar que “el libro le sea ajeno”. De ello deduje que el relector de El azul de la tierra, dominado por ese influjo, no resistió raya y subrayar a su criterio sobre las páginas impecables, aun cuando le fueran prestadas. Lo sorprendente es que ese instinto de apuntar sobre la letra entintada, y también sobre la manuscrita, por igual me asaltaba, sin espera, sin tope. De hecho, paciente lector que sigue las minucias de mi relato, estas notas son clara muestra de que cedí, sin mayor resistencia, a la tentación.

Pero mi inquietud seguía sin respuesta: ¿quién era el corrector tras las marcas de El azul de la tierra? ¿Quién se había tomado como propios los poemas de Eugenio Montejo y hundido en ellos –al igual que el lector de “Señalando un poema en un libro”- había nadado con una mano mientras con la otra escribía a contracorriente? Volví a pronosticar: un avisado lector propenso a emborronar las esquinas de los libros, un aventajado estudiante de literatura, un editor de colecciones de poemas, un comentarista literario que acumuló notas para un artículo bibliográfico, un diletante sin ocupación, un muchacho aficionado a escribir versos. Detrás de tachaduras y enmiendas, ¿había tal vez una mujer? ¿Quizás un hombre corriente pero ducho en lecturas? ¿O había, sencillamente –y eso lo conjeturaba por primera vez- un poeta? Sí, tal vez un bardo principiante e irreverente o un vate experimentado en revisión de estilos.

Debía seguir en mi pesquisa.

El lector que releyó a Eugenio Montejo. Arte poética de lectura. Bogotá. Letra a Letra. 2020. Págs. 9-10, 29-32.

 

 

LA PRÓXIMA LÍNEA, TAL VEZ. “UN TODO ARMÓNICO QUE SE CELEBRA A SÍ MISMO”

 

Por: Robinson Quintero (1959-2025)

La próxima línea, tal vez ganó en Colombia, en 1990, el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus. Leídos hoy sus veintinueve textos –después de pasadas casi tres décadas de la distinción-, uno alcanza a imaginar los motivos que de pronto sedujeron al jurado del concurso, compuesto por Fernando Charry Lara, Miguel Méndez Camacho y Juan Manuel Roca, para firmar su veredicto, entre muchos originales, en favor de la obra. En el página a página de los poemas, por ejemplo, ese sostenido tono menor, reposado –apenas acentuado al oído-, que auspicia una lectura sin estridencias, y que es propicio para que el poeta y el lector se encuentren en los sentidos de la voz. Y también su lenguaje airoso, sin artificios, un lenguaje a la mano, que mediata sosegado, templado hasta donde el silencio es por igual diciente. Un libro sin desmedidas pretensiones –concluiría el jurado-, escrito con paciencia y con temperamento, con modestia y también con convicción.

Estas sospechas las confirmé cuando en mis pesquisas de lector curioso consulté reseñas de la época sobre La próxima línea, tal vez, una de ellas publicada en la Revista de la Universidad de Antioquia en 1990 y certeza del azar, palabras de uno de los jurados, Juan Manuel Roca:

Su tono asordinado, su manera susurrante, antes que decirnos secretos a voces, lo hacen de una forma elusiva, discreta, como en ese viejo arte de imposibles que es escribir sobre la piel del agua.

Y líneas más adelante en la misma nota:

Gallo lleva el registro de las pequeñas cosas, las ausculta desde su lenta y paciente visión ennoblecedora. En su lenguaje no hay estridencias, sólo medios tonos, claroscuros que de pronto relampaguean porque ha llevado a buen término su oficio: ese oficio que consiste en encontrar la palabra justa en medio del pajar del lenguaje.

Concluye Roca sobre La próxima línea, tal vez: “un manual del decir silencioso”.

El lector, en su instinto poético, de pronto aprecie estas mismas sugestiones que la lectura y la relectura, del jurado y mía, percatamos en los poemas que entintan las siguientes páginas. La próxima línea, tal vez reúne cuatro secciones que en apariencia no hilan entre ellas –“La próxima línea, tal vez”, “Lugares”, “Volver al barrio” y “Los otros lugares”-, pero que refieren obsesiones: el poema que reflexiona sobre el poema, y sobre quien escribe el poema; la reinvención de impresiones de lugares estimados, de afectos que perduran en la opacidad de los días, la doliente observación de los objetos, la trama de la experiencia familiar y la celebración de las ceremonias menores de la vida. El libro termina con una “Posdata” escrita por Orlando Gallo, como texto de recibimiento del premio Cote Lamus, de la cual resalto un aparte que procura indicios sobre las inspiraciones que mueven sus versos:

[…] he intentado, por y para el poema, vivir una relación no desechable con las cosas, pues de un modo ocasional me ha sido dado el entendimiento del universo como un todo armónico que se celebra a sí mismo.

La sección primera de la obra, “La próxima línea, tal vez”, la componen invenciones de artes poéticas, poesía que medita sobre la escritura, y también sobre la no escritura, sobre –ante el silencio de lo inexpresable- la tentativa de callar:

La vida sin embargo

quiere ser dicha

y aun para la Nada

tenemos esa bella palabra.

El jurado que hay en cada lector, podrá estimar, no obstante, que no asiste al poeta el deseo de plantear en esos textos un modelo didáctico, infalible, para escribir versos –como aproxima, con ingenuidad, alguna de la actual poesía que escribe estas artes poéticas-, sino más bien figurar su experiencia asombrada ante el misterio de la creación, ante lo que no se regla a una metódica, a una preceptiva literaria, porque su esencia son los imprevistos maravillosos de la inspiración, como cuando los versos, ya de noche, destienden la página de “Escritura”.

Acoge esas frases que te llegan cuando la noche destiende las camas.

No las mejores.

Reconócelas apenas como a viejos compañeros de secundaria

a quienes sólo adeudas algunas tardes y deja que te invadan.

Repítelas hasta dejarlas huecas.

Ya te despedirás de ellas en el poema.

En “Lugares”, segundo aparte del envío, las líneas de calles y otro paraje son, como las de los mapas, imaginarias. El paso del tiempo desdibujó sus lindes, y no hay centro, no hay cruces cardinales, no hay reencuentro. Pasea en Orlando Gallo la obsesión por descubrir un lugar en esa cartografía que se hizo irreal, por hallar el “centro del universo” en cada espacio que revisitan los versos: “pendemos de un lugar al que nuestros días agregan alguna sombra, algún golpe de viento”. Son lugares que dan arrimo sólo en las palabras del poema, recobrados de sus deslindes por el sueño de la memoria escrita; son lugares que, igual que tesoros señalados en ese mapa ilusorio, guardan su historia y también su fantasma, como cuando la neblina pasa por la página de “Aguas claras”:

En ese solitario paraje el hostelero sacude el polvo de las mesas

Obstinado repite una ceremonia para un solo comensal:

la niebla.

En el barrio, el arrabal de la adolescencia, es también un sitio que se hizo ilusorio en los poemas de la sección “Volver al barrio”. Los lugares que transpuso el poeta cuando era muchacho, cuando la poesía no era aún la poesía –o cuando la poesía era apenas presentimiento-, marcan la ruta de estas próximas líneas, tal vez porque a este lo asombra la evocación de paisajes que fueron un día fábula y más tarde pérdida. Hay cierta aspereza e iracundia en estos textos, y la tensión y el desconcierto del joven que, entre la soledad y el arrojo, sortea la edad de la indecisión. Orlando Gallo es en estos textos de irascible temperamento, inclusive de humor corrosivo, como cuando la música se escucha en el día de la página de “Rating”:

Aquella canción

escamoteada imposiblemente

al dial de mi pequeña grabadora portátil

aguardada en la nerviosa certidumbre

de la que un disck-jockey también podría equivocarse

y dejarla deslizar para mí

en la más alta vigilia

fue mía hasta ingresar al rating.

“Los otros lugares”, cuarta y última sección del libro, son los lugares imprevistos del deseo (“te me extraviarás toda, si logro dar contigo”) y de otros afectos profundos del poeta. Los poemas paginan un álbum amoroso y familiar, un infidente vistazo a personajes y sucesos:

Hoy mi hija ha trazado en el aire

un incipiente adiós

dirigido a mí por sobre el hombro de su madre.

En estas instantáneas el poeta antioqueño graba, antes de que se fundan a un negro definitivo, pasajes y momentos que lo sustentan en la vida, leales compañías que el tiempo, “ese niño que juega y mueve sus peones”, amenaza también con adioses y muertes, pues, como dice el coleccionista de este cuadernillo que perfila a sus parientes en los versos que finiquitan su libro, “la vida nos entrena bien temprano/para las despedidas”.

La próxima línea, tal vez es un libro de lugares desencontrados, que tiene reencuentros en las visitaciones del poema, un mapeo de asombros y extrañezas, en cuyos bosquejos viaja una historia, una historia que, por la ascendida naturalidad y por la espontánea inclinación de la escritura –piensa uno-, el poeta va contando sin premeditación, sin que advierta aún toda su trama, pero convencido de su inspiración, del entusiasmo de su canto para contarla. Dicen que los libros de poemas más plenos de sentido y belleza son aquellos que se escriben sin el afán de componer un libro, sin la ambición de linear un diseño deliberado de tono y tema; dicen que los buenos libros son la necesidad que el decir forja. Pues bien, avisado lector, de esa ascendida naturalidad, de esa espontánea inclinación –“un tono armónico que se celebra a sí mismo”-, está hecha esta escritura en la que el poeta, casi desnudo, afirma su vida.

La próxima línea, tal vez. Bogotá. Letra a Letra. 2017. Págs. 9-14.

 

CODA DE SILENCIO / LUIS GERMÁN SIERRA J.

Coda de silencio me parece un libro leve, emocionado, pensativo, con el encanto que tienen las coas apenas insinuadas. Se lee y se entra en un estado de levitación que se sostiene con elegancia hasta su vuelo final, levitación que continúa más allá de la lectura, que es cuando se aprecia en realidad su poesía, cuando nos conversa finalmente su poesía.

Tal vez un buen poema es ese que deja sin palabras a su lector, o dicho de otro modo, que lo palabrea en su silencio meditativo. Los buenos versos prefieren hablar después de cantar. En este libro pasa felizmente esto: el verdadero final de cada texto es el silencio, es decir, cada poema comienza cuando termina. Ese es el juego. Esa es la coda.

Esta es la primera colección de versos de Luis Germán Sierra. No lo felicito. A los poetas no se les felicita (en la felicidad/no cabe el poema,/él es harina de otro costal). A los poetas se los admira.

Coda de silencio. Medellín. Sílaba Editores. 2016. Contraportada.

 

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