In Memoriam: Robinson Quintero (1959-2025)
LA POESÍA ES UN VIAJE
Por: Robinson Quintero Ossa (1959-)
Este libro está dedicado a Jaime Quintero Cabal
Al pasar desde la carretera he visto
una luz brillando a lo lejos,
una consoladora luz humana encendida
que mantiene contra la noche
la noticia de otra presencia
MARIO RIVERO
I
Hay quienes navegan por estrellas que no se ven
GUSTAVO IBARRA MERLANO
CANCIÓN DEL CHOFER EN EL PARABRISAS
Ante mí veo lo que un día se borrará para siempre:
colinas de altos pastos rojos
un río de brillantes peñascos
una montaña escasa de luz
y otra cumbre más distante donde ya es la noche
Un cielo color granate
y un viento que entra con sus pájaros en el crepúsculo
también de viaje
El temblor de los platanales en la carretera
las aguas estancadas en las zanjas
los abismos por los desfiladeros
El oscuro sonido que se hace debajo de los árboles
y la última luz viva de la tarde
todo en viaje hacia la noche
Ante mí veo lo que un día se borrará para siempre
RUTAS
Los pensamientos del chofer
mientras gira silencioso
con el volante el mundo
¿Qué bulle en ese solitario corredor de fondo
entre tanto pasan árboles
precipicios
y sombras?
Mientras los pasajeros cabecean el sueño
¿qué les entretiene?
¿qué le mantiene despierto?
¿Cuántos pensamientos son dolores
cuántos alegría?
El bus sigue la ruta
Pero los pensamientos
¿qué rumbos llevan?
AYUDANTES
Desde niño admiré su osadía de viajar
colgados del borde de las puertas
de los buses
asidos a una manija por una mano de aire
Equilibrista de la carretera
a quienes el viento les ceñía una máscara
Trotamundos que sortean el filo
de los precipicios
Ubus-Ubus: pájaros de una sola ala
los llamaría Apollinaire
MONTALLANTAS
Agradece con un buen deseo el trabajo del montallantas
Sucio
desarrapado
en un paraje de la carretera
se esmera en su oficio
Rápido
y con destreza
repone el neumático
coloca la llanta en el eje
y gracias a él es posible continuar el viaje
que demoró el imprevisto
Un buen deseo:
que en su cama haya calor
que sus amigos lo visiten
que sus hijos rían
Un buen deseo
el mejor
porque vuelo de nuevo en el paisaje
LECTURA
Las tinieblas verdes en las noches húmedas
de la bella estación…
La parada del bus me aparta de la lectura
y me sitúa ante el sol de la canícula:
dejo los Diarios íntimos de Baudelaire sobre la silla
con su tiniebla verde y húmeda
separando la página
y desciendo
Y en mi libreta elogio este otro mundo:
el fogaje bajo los rojos parasoles de las tiendas
II
Conoces a aquel que viaja y siempre llega a su destino, y la razón de ello es porque no le importa el Cuándo ni el Dónde.
JAIME JARAMILLO ESCOBAR
BUSES
Sigo los buses que viajan veloces en la noche
cuando la tiniebla es más cerrada
y apenas los distingue
el destello de las luces
No dicen a dónde van
ni de dónde vienen
y a nadie dan razón de los asuntos de sus viajes
Pasan simplemente
cada vez más rápidos
y distantes
Sigo sus fraos que trasnochan
y centellean
entre las montañas
hasta extinguirse
Las estrellas cumplen arriba
su destino
Pero más hermosa que la luz
inmóvil
en la luz que huye.
LA OTRA ÍTACA
Siempre se ha dicho:
el camino es largo
Para arribar a tal o cual Ítaca
hay obstáculos
extravíos
y pocos atajos
Se necesita de algo más que ardentía
y arrojo
Y se dice también
que al final de la ardua jornada
espera a cada uno la recompensa:
la paciencia es hermosura
después de la niebla hay sol
sacrificio añade sabiduría
Pero sé de lugares jamás encontrados
en los que el hombre ha quedado
en la intemperie
Si no es la dicha el mismo camino
si no es cada paso el puerto
no emprendas el viaje
No siempre se nos espera
No todos llegamos a tiempo
GRAFÍAS
Esos nombres escritos por los enamorados
en la pintura de los asientos
de los buses
con una moneda
la punta de un lápiz
o el filo de una uña
Esos mensajes grabados toscamente
en un corazón
deforme
para que queden por mucho tiempo
a los ojos de todos
Esos amantes que sellaron así
una unión
quizá ya no se amen hoy
y estas sean grafías mustias
de un tiempo de esplendor
Lo más probable
es que muchos de esos nombres se escriban
por separado
en corazones distintos
o solitarios
en otro asiento de otro bus que cruza triste
el anochecer
PASAJERO
El que es pasajero y nunca emprendió viajes
a esos lugares de donde llama
su alma
viaja ahora en este poema
FLOTAS
Jorge Ortiz –artista plástico- ama los buses pintados completamente de amarillo
Los ama también desbordados de rojo
azul
y verde
de blanco y gris
Pero a la hora de viajar prefiere las relucientes flotas de tonos amarillos
Limón
retama
u oro
sin franjas ni bordes de otras tintas
Los buses que cruzan incendiando la noche
Los lienzos vistos en sueños
DE LEJOS
Ya casi nadie señala los arreboles con asombro
Inadvertidos por la mayoría de los hombres
pasan
radiantes y efímeros
en un instante del firmamento
Belleza y sentido se nos ofrecen
cada día
pero olvidamos que los dioses prefieren
para declarársenos
la intemperie
La poesía es un viaje. Bogotá. Letra a Letra. 2018. Págs. 15, 18, 23, 27, 35, 45, 46-47, 52, 53, 58, 60.
EL LECTOR QUE RELEYÓ A EUGENIO MONTEJO (FRAGMENTO)
Un profesor de poesía busca entre los libros de su biblioteca Los largos oficios inservibles de Eduardo Chirinos y se topa con un título que ya daba por extraviado, El azul de la tierra, una antología de poemas de Eugenio Montejo. El profesor recuerda que el ejemplar lo había prestado, pero no precisas a qué persona, como tampoco precisa la situación en que esta lo había devuelto a los entrepaños. En seguida, ojeando sus páginas, descubre que los márgenes e interlineados vienen abundados de notas manuscritas a lápiz que comentan supuestos desaciertos de composición y que suman recreaciones delos versos. Atraído por la perspicacia de los apuntes y por el buen intento de las reinvenciones, el docente en letras se pone en la tarea de descubrir la identidad del artífice, teniendo como únicos indicios el compendio de sus comentarios y el estilo de sus recomposiciones. Los invito, bien llegados lectores, a seguir a este profesor de poesía en su pesquisa de averiguar quién fue el autor de subrayados y variaciones, y qué razones lo asistieron en su distraída tarea. Quién, lápiz en mano, minucioso y lúcido, audaz e irreverente, fue el lector que releyó a Eugenio Montejo.
4
“SEÑALANDO UN POEMA EN UN LIBRO”
El extraño caso del libro que encontré en los estantes de mi biblioteca, señalado a lápiz por un usuario del que ignoraba su nombre, trajo a mi memoria una breve inspiración del poeta colombiano Javier Naranjo, que aludía a mi casual experiencia de lector y que bien podía dar luces acerca de los ánimos que movieron al desconocido apuntador a escribir y reescribir sobre las planas de El azul de la tierra. El escrito había sido publicado en 2014 por la revista andaluza Palimpsesto, muy consultada en mi país. Busqué el ejemplar en los anaqueles de mi revistero para corroborar mi repentino recuerdo, pues bastante me maravillan las coincidencias que juntan a la vida y a la literatura, todo lo anterior en mi aspiración de descubrir la identidad del que hemos llamado en estas páginas, entre otros calificativos, “inquieto impertinente”. En la página 62 del número 39 de la prestigiosa publicación encontré, como lo había previsto, el aludido poema:
SEÑALANDO UN POEMA EN UN LIBRO
Uno señala también para contar
que estuvo ahí
para decir que vuelve a eso,
uno marca
para mostrar su interés
que el interés del otro ve,
uno marca así un poema
con un círculo
que lo define redondo y pleno,
para decir esto también es mío
y aquí también me hundí
como el nadador
que con una mano nada
y que con la otra se sostiene
En efecto, el poema describía con precisión el curioso y apasionado menester del escritor de notas marginales. Si aplicaba la insinuación que el texto transmitía, el despojado relector de El azul de la tierra, como el poeta Naranjo en “Señalando un poema en un libro”, había apuntado sobre las páginas para contar que estuvo en ellas, para mostrar un interés que la inquietud de otro tal vez percataría, para decir que los textos también eran de su pertenencia, que en los poemas él por igual se había hundido como nadador que con una mano nada y con la otra se sostiene.
Los versos de “Señalando un poema en un libro” volvieron a persuadirme de un hecho ya señalado. En realidad, lo que mueve a buen lector a contestar a un texto, a ser equivalente a él, marcando y remarcando, es un impulso febril y espontáneo de seguro irresistible, por sentar su propia verdad, su punto de vista; sin recatos, sin importar que “el libro le sea ajeno”. De ello deduje que el relector de El azul de la tierra, dominado por ese influjo, no resistió raya y subrayar a su criterio sobre las páginas impecables, aun cuando le fueran prestadas. Lo sorprendente es que ese instinto de apuntar sobre la letra entintada, y también sobre la manuscrita, por igual me asaltaba, sin espera, sin tope. De hecho, paciente lector que sigue las minucias de mi relato, estas notas son clara muestra de que cedí, sin mayor resistencia, a la tentación.
Pero mi inquietud seguía sin respuesta: ¿quién era el corrector tras las marcas de El azul de la tierra? ¿Quién se había tomado como propios los poemas de Eugenio Montejo y hundido en ellos –al igual que el lector de “Señalando un poema en un libro”- había nadado con una mano mientras con la otra escribía a contracorriente? Volví a pronosticar: un avisado lector propenso a emborronar las esquinas de los libros, un aventajado estudiante de literatura, un editor de colecciones de poemas, un comentarista literario que acumuló notas para un artículo bibliográfico, un diletante sin ocupación, un muchacho aficionado a escribir versos. Detrás de tachaduras y enmiendas, ¿había tal vez una mujer? ¿Quizás un hombre corriente pero ducho en lecturas? ¿O había, sencillamente –y eso lo conjeturaba por primera vez- un poeta? Sí, tal vez un bardo principiante e irreverente o un vate experimentado en revisión de estilos.
Debía seguir en mi pesquisa.
El lector que releyó a Eugenio Montejo. Arte poética de lectura. Bogotá. Letra a Letra. 2020. Págs. 9-10, 29-32.
LA PRÓXIMA LÍNEA, TAL VEZ. “UN TODO ARMÓNICO QUE SE CELEBRA A SÍ MISMO”
Por: Robinson Quintero (1959-2025)
La próxima línea, tal vez ganó en Colombia, en 1990, el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus. Leídos hoy sus veintinueve textos –después de pasadas casi tres décadas de la distinción-, uno alcanza a imaginar los motivos que de pronto sedujeron al jurado del concurso, compuesto por Fernando Charry Lara, Miguel Méndez Camacho y Juan Manuel Roca, para firmar su veredicto, entre muchos originales, en favor de la obra. En el página a página de los poemas, por ejemplo, ese sostenido tono menor, reposado –apenas acentuado al oído-, que auspicia una lectura sin estridencias, y que es propicio para que el poeta y el lector se encuentren en los sentidos de la voz. Y también su lenguaje airoso, sin artificios, un lenguaje a la mano, que mediata sosegado, templado hasta donde el silencio es por igual diciente. Un libro sin desmedidas pretensiones –concluiría el jurado-, escrito con paciencia y con temperamento, con modestia y también con convicción.
Estas sospechas las confirmé cuando en mis pesquisas de lector curioso consulté reseñas de la época sobre La próxima línea, tal vez, una de ellas publicada en la Revista de la Universidad de Antioquia en 1990 y certeza del azar, palabras de uno de los jurados, Juan Manuel Roca:
Su tono asordinado, su manera susurrante, antes que decirnos secretos a voces, lo hacen de una forma elusiva, discreta, como en ese viejo arte de imposibles que es escribir sobre la piel del agua.
Y líneas más adelante en la misma nota:
Gallo lleva el registro de las pequeñas cosas, las ausculta desde su lenta y paciente visión ennoblecedora. En su lenguaje no hay estridencias, sólo medios tonos, claroscuros que de pronto relampaguean porque ha llevado a buen término su oficio: ese oficio que consiste en encontrar la palabra justa en medio del pajar del lenguaje.
Concluye Roca sobre La próxima línea, tal vez: “un manual del decir silencioso”.
El lector, en su instinto poético, de pronto aprecie estas mismas sugestiones que la lectura y la relectura, del jurado y mía, percatamos en los poemas que entintan las siguientes páginas. La próxima línea, tal vez reúne cuatro secciones que en apariencia no hilan entre ellas –“La próxima línea, tal vez”, “Lugares”, “Volver al barrio” y “Los otros lugares”-, pero que refieren obsesiones: el poema que reflexiona sobre el poema, y sobre quien escribe el poema; la reinvención de impresiones de lugares estimados, de afectos que perduran en la opacidad de los días, la doliente observación de los objetos, la trama de la experiencia familiar y la celebración de las ceremonias menores de la vida. El libro termina con una “Posdata” escrita por Orlando Gallo, como texto de recibimiento del premio Cote Lamus, de la cual resalto un aparte que procura indicios sobre las inspiraciones que mueven sus versos:
[…] he intentado, por y para el poema, vivir una relación no desechable con las cosas, pues de un modo ocasional me ha sido dado el entendimiento del universo como un todo armónico que se celebra a sí mismo.
La sección primera de la obra, “La próxima línea, tal vez”, la componen invenciones de artes poéticas, poesía que medita sobre la escritura, y también sobre la no escritura, sobre –ante el silencio de lo inexpresable- la tentativa de callar:
La vida sin embargo
quiere ser dicha
y aun para la Nada
tenemos esa bella palabra.
El jurado que hay en cada lector, podrá estimar, no obstante, que no asiste al poeta el deseo de plantear en esos textos un modelo didáctico, infalible, para escribir versos –como aproxima, con ingenuidad, alguna de la actual poesía que escribe estas artes poéticas-, sino más bien figurar su experiencia asombrada ante el misterio de la creación, ante lo que no se regla a una metódica, a una preceptiva literaria, porque su esencia son los imprevistos maravillosos de la inspiración, como cuando los versos, ya de noche, destienden la página de “Escritura”.
Acoge esas frases que te llegan cuando la noche destiende las camas.
No las mejores.
Reconócelas apenas como a viejos compañeros de secundaria
a quienes sólo adeudas algunas tardes y deja que te invadan.
Repítelas hasta dejarlas huecas.
Ya te despedirás de ellas en el poema.
En “Lugares”, segundo aparte del envío, las líneas de calles y otro paraje son, como las de los mapas, imaginarias. El paso del tiempo desdibujó sus lindes, y no hay centro, no hay cruces cardinales, no hay reencuentro. Pasea en Orlando Gallo la obsesión por descubrir un lugar en esa cartografía que se hizo irreal, por hallar el “centro del universo” en cada espacio que revisitan los versos: “pendemos de un lugar al que nuestros días agregan alguna sombra, algún golpe de viento”. Son lugares que dan arrimo sólo en las palabras del poema, recobrados de sus deslindes por el sueño de la memoria escrita; son lugares que, igual que tesoros señalados en ese mapa ilusorio, guardan su historia y también su fantasma, como cuando la neblina pasa por la página de “Aguas claras”:
En ese solitario paraje el hostelero sacude el polvo de las mesas
Obstinado repite una ceremonia para un solo comensal:
la niebla.
En el barrio, el arrabal de la adolescencia, es también un sitio que se hizo ilusorio en los poemas de la sección “Volver al barrio”. Los lugares que transpuso el poeta cuando era muchacho, cuando la poesía no era aún la poesía –o cuando la poesía era apenas presentimiento-, marcan la ruta de estas próximas líneas, tal vez porque a este lo asombra la evocación de paisajes que fueron un día fábula y más tarde pérdida. Hay cierta aspereza e iracundia en estos textos, y la tensión y el desconcierto del joven que, entre la soledad y el arrojo, sortea la edad de la indecisión. Orlando Gallo es en estos textos de irascible temperamento, inclusive de humor corrosivo, como cuando la música se escucha en el día de la página de “Rating”:
Aquella canción
escamoteada imposiblemente
al dial de mi pequeña grabadora portátil
aguardada en la nerviosa certidumbre
de la que un disck-jockey también podría equivocarse
y dejarla deslizar para mí
en la más alta vigilia
fue mía hasta ingresar al rating.
“Los otros lugares”, cuarta y última sección del libro, son los lugares imprevistos del deseo (“te me extraviarás toda, si logro dar contigo”) y de otros afectos profundos del poeta. Los poemas paginan un álbum amoroso y familiar, un infidente vistazo a personajes y sucesos:
Hoy mi hija ha trazado en el aire
un incipiente adiós
dirigido a mí por sobre el hombro de su madre.
En estas instantáneas el poeta antioqueño graba, antes de que se fundan a un negro definitivo, pasajes y momentos que lo sustentan en la vida, leales compañías que el tiempo, “ese niño que juega y mueve sus peones”, amenaza también con adioses y muertes, pues, como dice el coleccionista de este cuadernillo que perfila a sus parientes en los versos que finiquitan su libro, “la vida nos entrena bien temprano/para las despedidas”.
La próxima línea, tal vez es un libro de lugares desencontrados, que tiene reencuentros en las visitaciones del poema, un mapeo de asombros y extrañezas, en cuyos bosquejos viaja una historia, una historia que, por la ascendida naturalidad y por la espontánea inclinación de la escritura –piensa uno-, el poeta va contando sin premeditación, sin que advierta aún toda su trama, pero convencido de su inspiración, del entusiasmo de su canto para contarla. Dicen que los libros de poemas más plenos de sentido y belleza son aquellos que se escriben sin el afán de componer un libro, sin la ambición de linear un diseño deliberado de tono y tema; dicen que los buenos libros son la necesidad que el decir forja. Pues bien, avisado lector, de esa ascendida naturalidad, de esa espontánea inclinación –“un tono armónico que se celebra a sí mismo”-, está hecha esta escritura en la que el poeta, casi desnudo, afirma su vida.
La próxima línea, tal vez. Bogotá. Letra a Letra. 2017. Págs. 9-14.
CODA DE SILENCIO / LUIS GERMÁN SIERRA J.
Coda de silencio me parece un libro leve, emocionado, pensativo, con el encanto que tienen las coas apenas insinuadas. Se lee y se entra en un estado de levitación que se sostiene con elegancia hasta su vuelo final, levitación que continúa más allá de la lectura, que es cuando se aprecia en realidad su poesía, cuando nos conversa finalmente su poesía.
Tal vez un buen poema es ese que deja sin palabras a su lector, o dicho de otro modo, que lo palabrea en su silencio meditativo. Los buenos versos prefieren hablar después de cantar. En este libro pasa felizmente esto: el verdadero final de cada texto es el silencio, es decir, cada poema comienza cuando termina. Ese es el juego. Esa es la coda.
Esta es la primera colección de versos de Luis Germán Sierra. No lo felicito. A los poetas no se les felicita (en la felicidad/no cabe el poema,/él es harina de otro costal). A los poetas se los admira.
Coda de silencio. Medellín. Sílaba Editores. 2016. Contraportada.
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