martes, 28 de octubre de 2025

Manuel Molina Rodríguez (España, 1917 - 1990)

 

 

ELEGÍA

A un amigo 
 
Pasaste de un espacio a otro espacio
ocupado de lleno por misterios,
de penumbras y sombras revestido,
dejando una sucesión de pensamientos
y el continuo aletear de los sentidos. 
 
Tu mirada de cristal clara y más clara,
llena de luz y ennoblecida,
inmóvil quedó y cristalizada,
y es más luna ya, más que mirada. 
 
Quizás fuera un quejido doloroso
lo último que emitiera tu voz apasionada
quizás fuera una sorpresa en tu cara
y una sorpresa para tu risa fuera. 
 
Te sé muerto y te veo muriendo
besado de la tierra enamorada
vaciado de sangre y sin aliento,
te veo más suelto que una espada,
más ligero que la voz del viento,
entre un profundo todo y la nada. 
 
Quiero recordar tu figura y tu acento,
y más te pierdo cuando más te busco,
desisto de mi empeño aunque no te olvido
que más vivo estás en mí, ahora de muerto,
que lo estuviste antes, cuando vivo. 
 
 
 

LUGAR 

 

A Orihuela 
 
 
En un pueblo nací, soy pueblerino
de un lugar con un río, una montaña,
una siembra de luz donde se baña
un aroma frutal, casi divino. 
 
Sentí la tierra hundirse en mi camino
y abrirse el corazón que me acompaña,
cuando de niño anduve por la entraña
maternal de mi sangre y de mi sino. 
 
Desde mi origen pobre y sin ventura,
teniendo por escudo sol y frío
y por señal un surco al infinito,
siento memoria fiel de la ternura
de aquel prado caliente, de aquel río
y del lugar aquel donde no habito. 
 
 
 

AL OBRERO JAIME ALONSO GIL, COMPAÑERO DE FATIGAS, QUE YA DESCANSA EN PAZ. 

 

Ese hombre vulgar que va al trabajo,
que lleva su merienda en la mochila,
sabe ya su misión, y no vacila
en andar con su vida cuesta abajo. 
 
Sabe que ha de sudar, que tiene el tajo
como una herida abierta por la axila,
que el polvo ha de besarle la pupila
y el viento ha de partirlo gajo a gajo. 
 
Ese hombre vulgar sabe que siente
como un hombre cualquiera su destino;
y se deja llevar por la corriente. 
 
Amarga el paladar con pan y vino,
con alguna comida de caliente,
y anda que te andarás, cruza el camino. 
 
 
 

CARTA ABIERTA A MIGUEL HERNÁNDEZ 

 

1
A tu ausencia eternal se va mi grito,
mi querido Miguel, amigo mío,
hermano de mi voz, y ésta te envío
porque ya con fervor lo necesito. 
 
Desde este mundo triste donde habito
–donde habita conmigo el gris más frío–
cuatro letras de sangre –lo más mío–
a tu clamor valiente te remito. 
 
Cantar para contar cuanto nos pasa
es nuestra servidumbre, nuestra gloria,
nuestro temblor de surco o de barbecho. 
 
La tierra está deshecha, mustia, rasa;
todo es residuo y sal, todo es escoria
de plomo que aprisiona nuestro pecho. 
 
2
Aquí viven los ángeles del luto,
aquí mueren los hombres cada día
con la cadena al hombro y la agonía
saliéndose a los ojos como un fruto. 
 
Aquí, más que pequeño, es diminuto
el corazón que antes se sentía;
el yugo de la frente que se erguía
señalado está aquí como en el bruto. 
 
Un paraíso de terror se agita
entre cuatro paredes misteriosas
que estrangulan la sed de ver el mundo. 
 
Se necesita hiel, se necesita
coraje de serpiente sinuosa
para cruzar un charco tan inmundo. 
 
3
Estás a la otra orilla de la nada,
has encontrado el bien de lo futuro,
no sabes de esta vida desligada
de todo lo más noble y lo más puro. 
 
Tu vida con tu muerte está ganada,
no has pasado el camino más oscuro
de toda una existencia atormentada:
has arribado a puerto bien seguro. 
 
No he de clamar ni en un solo lamento
por la amistad partida en dos abrazos,
y me siento feliz, alegremente. 
 
Yo sé que has de volver, yo ya presiento
anillada tu voz en fuertes lazos
para unirme a tu ser eternamente.
 
 
(Fuente: Henderson Espinosa) 

 

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