Yo soy el Cristo Rojo...
—¡Oh,
un poeta! —exclaman y se acercan para observarme. Miro el cielo. El
cielo está cada vez más azul, más alto, más lejano. Camino y camino.
Estoy
cerca de Palermo. Es verdad que soy Beethoven y tengo que dirigir la
Novena Sinfonía. Ya los músicos están reunidos. Visten de negro. Visten
de negro, porque saben que es el color que más me gusta. Hay un gentío
enorme. Ruido, mucho ruido. Los fulmino a todos con una mirada
amenazadora, lanzando rayos, anatemas. No saben que soy Beethoven. Los
músicos están preparados. Empiezo a dirigir a distancia. Ahora todos
escuchan en un silencio religioso. Algo trágico, milagroso, presienten.
Después de la Novena, pienso, sólo falta consumar la gran obra: la
Revolución Social. Yo soy Beethoven; «Ayer» usaba trapo rojo; hoy soy el
mismo. Soy el Cristo Rojo. Por fin termina la sinfonía. La multitud
estalla en aplausos, delira. Se oye un trueno. La gente escapa. Alguien
grita:
—¡Es dinamita!
Hay un desbande. Alguien me ha tirado una flor roja. Ese alguien me ha reconocido.
—Es la hora —pienso—. Yo soy el Cristo Rojo.
Los rayos se desdoblan en el espacio. Ya no hay estrellas. Ya no hay gente. Llueve.
Dos días, fragmento
(Fuente: Basta de texto - Isaías Garde)
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