martes, 30 de noviembre de 2021

Mariana Ferro (Mariana B. Carabajal, La Plata, Buenos Aires)

 

 

Cuantas veces pienso en lo pequeña que es mi casa,
cuantas veces entristezco
porque no he podido
engendrar un jardín con apenas
cinco flores y una linda maceta.
 
Y cuando veo el techo agujereado,
presagio de filtraciones y goteras,
y hago un cálculo del poco tiempo
que queda para que empiecen
a desplomarse los cielorrasos,
para que ya no funcione
la cerradura de la puerta de entrada,
para que la maleza viva rompa
la lápida de la piel cementicia del patio,
y comience la invasión tenaz y muda
de los caracoles...
 
Sí, tantas veces lo hago!
Y tantas supuro el dolor
de la decrepitud y la escasez
de las cosas...
qué no parece cierto que llegarse
hasta el almacén a buscar un poco
del ajuar cotidiano pueda revelarme
que mi casa está justo allá afuera,
del otro lado, donde ocurre la vida mía
y la de mis amados extraños
y que el cielo es un techo azul
que no se descascara en máscaras de estrellas,
que el espacio avanza en estampida
sobre las ochavas de las diagonales,
sobre los árboles y flores
que alguien sí, ha plantado,
y más allá de las torres y las catedrales
que también son nuestras! 
 
Y lloro, comprendiendo
que el barrio es mi casa,
que la ciudad y el mundo
son mi casa, mi hermosa casa,
una galaxia mi casa...
 
y mi calle, la calle,
un lugar
donde cualquiera de nosotros
puede hacer una fiesta.
 
 
 

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