lunes, 1 de noviembre de 2021

Irma Verolín (Buenos Aires, 1953)

 

 

Negra máquina de coser

 

Máquina de coser negra.

Negra como la vida de mi abuela,

negra pero lustrosa.

La máquina y yo hemos sobrevivido

a mi  pobre abuela

que persistió

en su propio cuerpo

encumbrando los cien años.

Y aquí estamos

en la sorda lucha

de enhebrar y ser enhebradas.

Mi espalda traza una curva

bajo la lamparita

de luz amarillenta

que no me deja ver con claridad

el orificio de la aguja.

El color negro tampoco ayuda demasiado

a mejorar el entuerto

de que el hilo atraviese

de una buena vez

esa nada de aire y miedo.

Me gustaría ver

como un  hecho de magia

los dos trozos de tela unidos

bajo mis ojos

en el hueco enorme que se abre

sobre mi pecho.

Pedaleo con vigor

como si corriese una carrera

hacia el infinito

y por desgracia

el hilo se tensa

se corta

nada queda unido, vuelvo a mirar

y repito los gestos de mi abuela

uno por uno:

el linaje  de los genes me auxilia 

con una perfección

capaz de aterrar a cualquiera, repito

los gestos que pueden asegurarme

el mismo resultado

al mover palancas

al girar tuercas, pero no.

Tal vez la máquina está de duelo

y se resiste.

Mi abuela me vistió desde niña

con ropa surgida de esta máquina

y ahora,  nada. Miro las telas sueltas

sobre las sillas,

rectangulares

chatas

y ese color negro

lustroso y negro

que refleja mi sombra

cuando me doblo para enhebrar la aguja

una vez más.

 

 

(Fuente: Inmediaciones.org)

 

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