Sorpresa encontrarte aquí
aunque yo te he traído.
Entramos por nuestro arco de piedra:
lo cerramos porque tu y yo lo decidimos.
Ahondo en la casa como si fuera
la cavidad bajo tu brazo.
Tenues hebras unen
nuestros sueños específicos.
¿Estamos completos?
Si, recuento:
hija, cuadros, perros, y la música
que determina nuestros límites.
Esto que nos guarece en la frazada.
El refugio paternal de tantos libros.
Nuestro sueño devora
la vigilia reversible que somos tú y yo,
diez dedos de una mano,
vaso único para el vino tinto.
El pueblo de piedras tensas: el campo
lo sostiene alto en su palma
de olivares benignos.
Igual, alto, tendidos,
oteamos desde el sueño
el mutuo acertijo de nuestros placeres distintos:
intermitencia de caldos y papeles,
errar por los ecos de la casa vieja,
momentos de soledad o abrazo,
el desgarro del miedo simple
al simple frío.
Saberte, en suma,
la madeja de mi vida.
***
En: Poemas de un novelista. Madrid: Bartleby Editores, 2009.
(Fuente: La comparecencia infinita)
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