jueves, 28 de octubre de 2021

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947)

 

Pasados
los 17
fui punga:
Monte Grande,
Temperley,
Lanús.
Plaza Constitución,
no.
Mucha competencia
y por ahí perdías un diente.
En el tramo mencionado,
Temperley
llevaba las de ganar,
por eso de las combinaciones
a La Plata, y Cañuelas.
Había movida, apuro,
confusión, gente por el mango.
Se operaba a la mañana
y después de las 16,
Rutina acordada,
buena retribución
y alguna que otra sorpresita,
pero, les diré, no pasaba a mayores.
Salí de fresador en la Gilera,
una quincena;
caddie;
colaba plomo hirviente
para moldear precintos,
choreaba en las casaquintas,
¡qué colchones, zapatos,
whisky, huevadas de oro!;
vendí pelucas,
jabones y ataúdes,
repartí leche,
levanté quiniela,
aprendí cortes carniceros,
levanté paredes
a los putos Gómez-Cornejo,
digamos, de buen talante
y descripción:
entrenando las uñitas.
 
Después
se mezclaron Tacuara,
las minas de Adrogué,
avispas de picotón en la nuca,
el Loco Zurita, el Gonococo Pedré,
Juancito Magerakis
el fierrero,
Dalmacio querido, el correntino
de la panza quemada
con aceite
en la 27,
escruches ocasionales,
pesquisa de cornudos,
xeroftalmias,
merca,
la U, Básica,
el Monigote Predicador
y toda esa runfla
de gatillo, faca y manotazo. 
 
Pasados los 25,
el calabozo,
¡los canas chocolate
y pirinchos parados,
que nunca te echaran el ojo!,
Isla Maciel,
las villas,
el enmarcado del Frejuli,
las esquinas en penumbras,
algún patrullero
a paso de hombre,
todo era sospecha,
historia hormiga,
casos y cosas. 
 
Entonces no escuchaba
a Bach
pero quería escucharlo. 
 
Especie biológica
y membrana social.
 
"Los que se apropian, producen,
circulan, consumen y excretan."
 
Los otros no eran diferentes.
 
 
 

-Inédito-

 

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