ROGER GILBERT-LECOMTE (1907-1943)
Por: Arthur Harfaux
ESE OTRO EXTRATERRESTRE
Una vía análoga a los barcos fantasmas, un denso nubarrón, una voz sin consuelo levantada para destruir hasta el nombre mismo de la sangre.
En el gran juego de sombras y de estatuas, de opio y surrealismo, de revolución y de catástrofe, participa este gran hechicero de mirada insomne: Roger Gilbert-Lecomte. Muerto a los treinta y tres años en París, disidente de Breton y en su tiempo amigo de René Daumal, con quien fundara la revista EL GRAN JUEGO.
“Sólo puedo respirar en las regiones bajas” decía otro oculto y encantado escritor de este siglo, Robert Walser, escapado también de las clasificaciones modernas. Nada más parecido que esta sentencia para entender a Lecomte en su cruzada laberíntica que le llevó a reír como un mendigo infante entre la absurda pesadilla humana.
Lecomte: Bebedor de disidencias. Desafío húmedo, pasión para el eclipse, sombra divina atormentada que recorrió con creces el fondo espectral de su propia muerte.
Aquí en estas páginas una muestra corta y selecta de su hermosa y fantástica poesía.
PREFACIO AL PRIMER NÚMERO DEL GRAN JUEGO
El Gran Juego es irremediable; sólo se juega una vez. Nosotros queremos jugado en todos los instantes de nuestra vida. Y es un juego de “gana el que pierde”. Pues se trata de perderse. Nosotros queremos ganar. Ahora bien, el Gran luego es un juego de azar, es decir de destreza, o mejor de “gracia”: la gracia de Dios y la gracia de los gestos.
Poseer la gracia es una cuestión de actitud y de talismán. Buscar la actitud favorable y el signo que fuerza los mundos es nuestra meta. Pues creemos en todos los milagros. Actitud: es preciso adoptar un estado de completa receptividad, para eso ser puro, haber hecho el vacío dentro de sí. De ahí nuestra tendencia ideal a cuestionario todo en todos los instantes. Un cierto hábito de ese vacío moldea nuestros espíritus día a día. Un inmenso impulso de inocencia ha hecho resquebrajarse para nosotros todos los marcos de las obligaciones que un ser social tiene por costumbre aceptar. Nosotros no aceptamos porque ya no comprendemos. Ni los derechos ni tampoco los deberes y sus pretendidas necesidades vitales. Frente a esos cadáveres, auguramos poco a poco una ética nueva que se construirá en estas páginas. En el plano de la moral de los hombres, los cambios perpetuos de nuestro devenir sólo reclaman el derecho a lo que ellos llaman cobardía. Y no es únicamente para servimos de él. Tal cobardía no está hecha más que de nuestra buena fe; somos comediantes sinceros. Cuando caminamos, hay en nosotros hombres que se miran, que se siguen, se arrastran por debajo, vuelan por encima, se adelantan, se huyen, se aclaman, se abuchean y se miran impasibles. Pero sólo queremos ser entonces la acción de caminar. Es en eso que somos comediantes sinceros. Malvados son quienes no se entregan por completo a su opción. Nosotros simplemente tenemos el sentido de la acción.
¿Por qué escribimos? No queremos escribir, nos dejamos escribir. Es también para reconocemos a nosotros mismos y los unos a los otros: cada mañana me miro en un espejo para componerme un rostro humano dotado de una identidad en la duración. A falta de espejos tendría las caras de los animales cambiantes de mis deseos y, ciertos días en que el milagro me toca, no tendría cara alguna. Pues, liberados, somos a la vez brutos que blanden los amuletos de sus instintos de sexos y de sangre, y también dioses que buscan formar mediante su confusión un total infinito. El compromiso homo sapiens se borra entre ambos. El conocimiento discursivo, las ciencias humanas nos interesan únicamente en la medida en que sirven a nuestras necesidades inmediatas. Todos los grandes místicos de todas las religiones serían nuestros si hubieran roto las cadenas de sus religiones que nosotros no podemos soportar.
Nos entregaremos siempre con todas nuestras tuerzas a todas las revoluciones nuevas. Los cambios de ministerio o de régimen poco nos importan. Atribuimos al acto mismo de revuelta una potencia capaz de muchos milagros.
De igual manera, no somos individualistas: en vez de encerramos en nuestro pasado, avanzamos unidos todos juntos, llevando cada uno su propio cadáver encima.
Pues no formamos un grupo literario, sino una unión de hombres ligados a la misma búsqueda.
Este- es nuestro último acto en común; arte, literatura no son para nosotros más que medios.
La gracia ligada a la actitud necesita, hemos dicho, talismanes que le comuniquen sus poderes, alimentos que nutran su vida. Uno de nosotros decía recientemente que su espíritu buscaba en primer lugar comer. Busca entre sus sensaciones lo que puede nutrirle. En vano su hambre se arrastra de museos a bibliotecas. Pero un espectáculo, insignificante en apariencia, le da de pronto su alimento (una empalizada, una ostra viva). La sensación conmovedora de un instante otorga de un solo golpe fuerzas incalculables a su vida inquieta.
Son esos instantes eternos lo que buscamos por todas partes, lo que nuestros textos, nuestros dibujos harán nacer quizás en algunos, lo que a menudo han obtenido sus creadores en la conmoción de sus descubrimientos y de lo que nuestros ensayos buscan las recetas.
Es en tales instantes que absorberemos todo, que nos tragaremos a Dios para transparentarlo hasta desaparecer.
Roger Gilbert-Lecomte
En completo acuerdo: Hendrik Cramer, René Daumal, Arthur Harfaux, Maurice Henry, Pierre Minet, A. Rolland de Renéville, Josef Sima, Roger Vailland.
Le Grand Jeu. Nro 1. 1928
EL GRANDE Y PEQUEÑO GUIÑOL
Estábamos en la hulla y tú hablabas de muerte
Los destinos pasaban rojos aullando
Los corderos del mar se suicidaban
Golpeando con el cráneo las rocas de la orilla
Estábamos en el mar y tú hablabas de brumas
A las burbujas del mar imbebible
Los peces del cielo pasaban a lo lejos
Estábamos presos por la arena y los pulpos
Estábamos en la negrura y tú hablabas de esperanza
La hora pasó ya no es hora
El cielo volcado como un tazón se vacía
En el hueco de la negrura
Estábamos en las piedras y tú hablabas aún
De la sangre que hace daño y de las lágrimas
Estábamos ya en las entrañas de la profundidad
Estábamos en las espadas
Estábamos en el fuego tú hablabas del suicidio
Universal
LA VIDA ENMASCARADA
Gran estatua de mujer de cera pálida y pesada
La estatua que da vueltas con lentitud siempre
/espantosa
Trompo girando en el aceite de dormir
Faro de ojos cerrados cuya faz de eclipses
Sólo proyecta los rayos paralíticos del espanto
Gran prisión de cera en forma de mujer
Que encierra murado en el hueco de su molde
Un cadáver viviente de mujer
Comiéndose por dentro su figura de estatua
En cada vuelta de lentitud espantosa
El cadáver viviente de mujer encerrada
Lanza un único grito inmenso y silencioso
Que hace temblar la cera imperceptiblemente
Para el espectador hechizado
En la primera vuelta se presenta la faz
Enmascarada por una nube roja y que se estira
Como el pulpo de la sangre en el fondo de los mares
En la segunda vuelta aparece la faz negra y cerrada
Cual máscara de hollín hecha de polvo y grasa
En la tercera vuelta con lentitud espantosa
La faz muestra sus dientes
El espectador se duerme
Se despierta murado
En el vientre viviente del cadáver moldeado de
cera
En un mundo que gira con lentitud espantosa
Lleno de sierras y de ratas
LAMENTO DEL LUDIÓN
Salir de su propio cadáver, idéntico a sí mismo, pirueteando rígida y bruscamente.
Al hacerlo, ennegrecerse por completo y adelgazarse hacia las extremidades. Adoptar una crin roja e inmensos ojos lechosos con pupila de gato, en línea vertical.
Flotar en un espacio como submarino, vagamente limitado por viejos y espesos cristales de reflejos de tinieblas policromas.
En esa pecera, ilimitada o vasta, moverse a lo ludión, subir y bajar, flexible y enfático, cómo en cámara lenta.
Arañando paredes lisas con uñas afiladas y terrosas.
Punto Seguido. Medellín. Nro
(Fuente: La Mecánica Celeste)
No hay comentarios:
Publicar un comentario