EN NORUEGA LAS CAMAS...
En Noruega las camas tenían
puertas, antiguamente:
si las corrías o las cerrabas,
era una alcoba,
o un cofre de madera, bueno, un baúl,
donde ensayar la muerte sobre tu flaco jergón.
Podías clavar la vista en la negrura
y rezar a Odín o a Jesús;
y si la cama era pequeña, no daba para estirar las piernas;
y en toda la hanseática ciudad de madera no brillaba una luz.
Y, también, todo el mundo tenía en la alcoba
una cuerda con gancho:
para dar el salto en camisa y descalzo por la ventana
si de pronto había un incendio. ¡Y qué incendios había!
¿Sientes el tufo a pescado puesto a secar en el sótano?
¿Oyes la danza que bailan las ratas?
Así pasaba el invierno.
Capitán, ¿cuánto cobras por ir -una horita, un momento-
a aquella ciudad de juguete, aquel Bergen nocturno
y poder escuchar tras la puerta, entender
cómo no sucumbían a la noche del mundo?
¿Qué canciones cantaban para no enloquecer?
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en "La hora de Rusia: Poesía contemporánea", Maria Ignátieva, ed., Visor, Madrid, 2011. Trad. de Helena Vidal.
(Fuente: Jonio González)
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