lunes, 6 de julio de 2020

Horacio Castillo (Ensenada, 1934 -La Plata, 2010)





Salto

Primero es un vacío en el estómago,
enseguida una sensación de puro peso,
hasta sentir el tirón del correaje en los hombros
y la flor de seda que se abre encima de nosotros.

Entonces la respiración recupera su ritmo
y el mundo se ordena a nuestros ojos:
el campo roturado, las casas y los árboles,
el humo de la ciudad dispersándose hacia el río.

Hasta que la gravedad nos atrapa en su red
y nulas nuestras alas artificiales
caemos vertiginosamente contra la superficie
ávidos todavía de un aire que no es nuestro.


Fuente: Materia acre, Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1974.




Expedición al Everest



Después de los siete mil metros la presión descendió
y cada paso fue un suplicio; debíamos beber,
beber sin descanso, sobre todo dominar la ira
que se apodera de los hombres en inactividad.

El viento del oeste que viene de Pamir,
de los glaciares de Karakorum, del Dhaulagiri y el Anapurna,
sopló toda la noche, y recogidos en las tiendas
esperamos impacientes el amanecer.

La última jornada fue terrible:
la sangre se espesaba en las piernas,
los sherpas empezaban a desfallecer
y los tanques de oxígeno se agotaban sobre nuestras espaldas.

Al fin llegamos a la cima: vimos abajo
las torres de Rongbuck y más allá las de Thyangboche,
y al sacarnos las máscaras para respirar el aire diáfano
el cielo estaba tan lejano como de costumbre.


Fuente: Materia acre, Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1974.




Un caballo canta sobre la tierra

No es necesario atarse a un árbol.
Hay que abrir los oídos, preparar la visión,
inhalar el vapor que sube del abismo.
Entonces aparece bajo la noche azul,
ensaya su escorzo contra los astros
y clava el canto en nuestra carne
que se desangra dócilmente hacia la oscuridad.
Una vez a cada hombre es dado este prodigio. 

Fuente: Materia acre, Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1974.




El cinocéfalo

Devoraste el ángulo de ciento ochenta grados que teníamos delante,
devoraste la seguridad de lo absoluto,
devoraste la ilusión de la identidad,
devoraste la posibilidad de afirmación,
devoraste el prestigio de lo real.
Y ahora, a mis pies, esperas el resto,
miras como pidiendo compasión,
como intuyendo
–hocico de perro, corazón de mono–
que no existe culpable.
Fuente: Tuerto rey, Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1982.




Melancolía

Subes desde los dedos de los pies,
trepas por las rodillas, por los muslos,
tiñes cuerpo, boca, lengua,
te estancas en el corazón,
negro humor, agua muerta, miel
que mana cada noche de las estrellas.
Fuente: Tuerto rey, Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1982.




Ladrón de ojos escarlata

Yo, el marrano, el traidor, el ladrón de ojos escarlata,
diré el secreto de mi longevidad:
boca arriba, contra las gargantas del cielo,
devoro los huevos de la luz.
Yo bebo la agria copa del mediodía,
yo desciendo a los nidos del atardecer,
yo apareo la ardiente hembra de la madrugada.
Yo, el marrano, el traidor, el ladrón de ojos escarlata,
beso cada noche los párpados de los ciegos,
saqueo el sueño de los niños,
y como un tábano sobre el lomo del universo
mantengo libre el mal, joven al mundo.
Fuente: Tuerto rey, Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1982.





(Fuente: Los poetas no van al cielo)

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