Lo habríamos dado todo
Si el teléfono suena al final del día, después de alguna discusión,
sabemos que estás vos del otro lado de la línea, fumando y bebiendo de
pie frente al espejo. Siempre manejaste bien los tiempos para manipular
nuestros afectos. Esta noche, sin embargo, nos encuentra lejos de casa y
al alcance de tu mano. Podrías hacer una de tus llamadas. Pedir, sin
esa sonrisa de beatitud en el rostro, que alguno de nosotros se ponga en
tu lugar.
Una familia decidida
Prospectos ilegibles, frascos pegoteados y tabletas de antibióticos y
antifebriles vaciadas a medias se confunden con piezas de bijouterie,
perfumes y cremas hidratantes. Ese punto de densidad de nuestro mundo,
que la cómoda del dormitorio, iluminada ahora por un rayo de sol,
encierra, habla por sí mismo. Estamos dispuestos a matar cualquier tipo
de vida que se oponga a la nuestra.
El tiempo es la única violencia
Los médicos no pueden asignarle propiedad alguna
al objeto negro y estúpido en que se ha convertido tu hígado
largamente maltratado y deambulan erráticos por la habitación
compartida de la clínica sindical mirándose desconcertados
porque parecés una persona normal que se niega a dar señales
de la catástrofe personal que se avecina en el mismo momento
en que un cura pide desde la puerta permiso para pasar
y conversar con el otro paciente que comparte la habitación
y al menos se vale de una mascarilla de oxígeno: un alivio
para todos porque el hombre no ha dejado de gemir
y vociferar misteriosas frases inspiradas seguramente
por la morfina: el párroco se sienta en la silla que le ofrecen
y susurra al oído de un hombre que se confiesa cansado
de cumplir con sus deberes de enfermo y se arranca la mascarilla
para que sus palabras se comprendan claramente: el enfermo
le ruega a Dios a través suyo que cumpla su deseo
de que el tiempo se detenga.
De: "El lado de la sombra", Barnacle, 2020
(Fuente: El poeta ocasional)
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