viernes, 24 de julio de 2020

Lêdo Ivo (Brasil, 1924-2012)



Los pobres en la estación de autobuses

 

Los pobres viajan. En la estación de autobuses
levantan los pescuezos como gansos para mirar
los letreros del autobús. Sus miradas
son de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda un radio de pilas y una chaqueta
que tiene el color del frío en un día sin sueños,
el sandwich de mortadela en el fondo de la mochila,
y el sol del suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los alto-parlantes y el traqueteo de los autobuses
temen perder su propio viaje
escondido en la neblina de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa
la nariz de los muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Qué grotescos son los pobres! ¡Y cómo molestan sus olores aun a la distancia!
No tienen la noción de lo conveniente, no saben portarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que del sueño retuvo apenas la legaña.
Del seno caído e hinchado un hilillo de leche
escurre hacia la pequeña boca habituada al lloriqueo.
En los andenes van y vienen, saltan y aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas impertinentes en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas extravagantes,
esos amarillos de aceite de dendé que lastiman la vista delicada
del viajero obligado a soportar tantos olores incómodos,
y esos rojos chillantes de feria y parque de diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción del confort
aunque algunos de ellos tengan hasta televisión.
Verdaderamente los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y de mal gusto)
Y en cualquier lugar del mundo molestan,
viajeros inoportunos que ocupan nuestros lugares
aun cuando vayamos sentados y ellos viajen de pie.
 
 
 
 


en La noche misteriosa (1982), incluido en Las islas inacabadas (UAM, Ciudad de México, 1985, trad. de Maricela Terán).
 
 
 
(Fuente: Asamblea de palabras)

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