Gato en retrato
Si se pierde el momento
de empezar
se empieza
en cualquier lado: aunque
se pierda
el gato
está ganado. Y no se espera.
Ni siquiera
el gato espera al gato.
El gato es solo
y eso le permite
inventarse
sus pasiones. Su riesgo
es saber
y de antemano
que nadie lo querrá
como querría.
Y ésta:
“Gato en el mundo,
poco profundo”,
su sentencia.
Siendo leve,
el gato es. Se sueña
con gatos
cuando uno
se sale de sí mismo. El gato
rara vez
cabe en el gato.
Está
autorizado al equilibrio
y condenado
por lo mismo
a sitios relativos:
sube
y no asciende, baja
y no se hunde.
El único lugar del gato
es donde
el gato estuvo.
Según
mi amiga,
en Roma
hay siempre el mismo
gato.
Se renuevan
sin embargo
los gatos de París. Y hay
más de uno siempre a un tris
de ser feliz
aquí.
El aquí
es el conflicto del gato.
De donde mira
ve
que el mundo gira
y se marea. Gato mareado,
gato agotado. Lo pierde
lo relativo
y ni lo salva
saber que está ganado
aunque perdido.
Si alguien querría ser una tortuga
sería yo:
hacer de una sección cónica
mi propia sede prehistórica
alojada en la espina dorsal.
Ser tortuga
tiene algo de ideal:
desde joven luce arrugas
y en sentido literal
se hace mayor con los años
–a más edad
más tamaño.
Post-matrimonial,
sin lazos familiares
después de desovar,
igual a todas y cada una.
naturalmente hija de la luna,
sin embargo
no hay cisma
entre ella misma y sus lares.
Entre tantos avatares,
para mí
que estoy en mí
–puro apremio sin molicie–,
poco cuenta que sea lenta
su marcha en la superficie:
eso
me haría durar
y capaz de entrar al mar,
–que cubre dos tercios del mundo–
sabiendo que si me hundo
gano velocidad.
(Fuente: op.cit. poesía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario