jueves, 30 de julio de 2020

Gabriela Schuhmacher (Santa Fé, 1970)



Al lado del alcanforero




mamá sirve la mesa.
Cubre su piel un paño lleno de colores. Rodeada 
de mosquitos alza sus manos y se lamenta: 
es un árbol que crece lento, pero ya debería 
ahuyentarlos. Sacude el mantel y busca
las latas de pasto seco. Enciende un fuego 
que, con pan viejo echado por encima, 
se convierte en humo espeso.
Los zumbidos desaparecen, nadie se queja, 
pero mamá no quita los ojos de las latas 
y ciñe su cuerpo más a la tela. Para ella 
no es bueno permanecer desprevenida 
ante los embates de la existencia. 

a Perla



Dormir juntos


Esta demora es la más dulce
Cesare Pavese


Comíamos en la mesa grande 
la que daba al patio, de espaldas a la noche,
al miedo de la noche. Por eso
no salíamos, era mejor dejar que el cansancio 
nos abatiera. Casi siempre caíamos
dormidos sobre el mantel y uno a uno
nos cargaban para llevarnos al cuarto. 
Sabíamos que nada 
sería más seguro en el mundo que sentirnos
arrojados a la par. No faltaba quien, 
al pasar y vernos, advirtiera lo peligroso
de crecer de golpe, lejos de la luz del sol.



Paltas tucumanas



Mamá contaba que un amigo del norte 
traía paltas de regalo, que ella 
les sacaba el corazón redondo y duro
para ponerlos en almácigos. 
Daba gusto ver los brotes vigorosos,
traspasarlos al suelo 
con tutores y pensar cómo 
sería el camino de ingreso
una vez crecidos.
Con Javier la ayudábamos
en cada plantación. 
Al caer la tarde, cada uno se preguntaba 
por el corazón enterrado, 
por el conocimiento vegetal 
que rompe la oscuridad 
hacia la luz.
Al pie de la cama, agradecíamos 
tener a mamá en la noche,
era la única capaz de escarbar 
corazones dormidos, 
lograr que volvieran confiados
a la blandura de la vida.
 
 
 
 
(Fuente: El poeta ocasional)

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