Al lado del alcanforero
mamá sirve la mesa.
Cubre su piel un paño lleno de colores. Rodeada
de mosquitos alza sus manos y se lamenta:
es un árbol que crece lento, pero ya debería
ahuyentarlos. Sacude el mantel y busca
las latas de pasto seco. Enciende un fuego
que, con pan viejo echado por encima,
se convierte en humo espeso.
Los zumbidos desaparecen, nadie se queja,
pero mamá no quita los ojos de las latas
y ciñe su cuerpo más a la tela. Para ella
no es bueno permanecer desprevenida
ante los embates de la existencia.
a Perla
Dormir juntos
Esta demora es la más dulce
Cesare Pavese
Comíamos en la mesa grande
la que daba al patio, de espaldas a la noche,
al miedo de la noche. Por eso
no salíamos, era mejor dejar que el cansancio
nos abatiera. Casi siempre caíamos
dormidos sobre el mantel y uno a uno
nos cargaban para llevarnos al cuarto.
Sabíamos que nada
sería más seguro en el mundo que sentirnos
arrojados a la par. No faltaba quien,
al pasar y vernos, advirtiera lo peligroso
de crecer de golpe, lejos de la luz del sol.
Paltas tucumanas
Mamá contaba que un amigo del norte
traía paltas de regalo, que ella
les sacaba el corazón redondo y duro
para ponerlos en almácigos.
Daba gusto ver los brotes vigorosos,
traspasarlos al suelo
con tutores y pensar cómo
sería el camino de ingreso
una vez crecidos.
Con Javier la ayudábamos
en cada plantación.
Al caer la tarde, cada uno se preguntaba
por el corazón enterrado,
por el conocimiento vegetal
que rompe la oscuridad
hacia la luz.
Al pie de la cama, agradecíamos
tener a mamá en la noche,
era la única capaz de escarbar
corazones dormidos,
lograr que volvieran confiados
a la blandura de la vida.
(Fuente: El poeta ocasional)
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