ALTAMIRA
(para Bruno Di Benedetto)
Mira en la botella de detergente
el núcleo de resina ámbar, una piedra
preciosa en estado blando, plasma
que se expande desde el centro hasta los bordes,
vuelca el envase y se estremece
con la caída del hilo de oro. Se acomoda
la quijada abierta y sigue el movimiento
con la otra mano. Desde otro punto
de la casa recuerdo la historia
de la remera con conejos blancos que
lleva puesta, como si hubiera nacido
para ponerse esa prenda. Se oyen
tiroteos en ESPN. En el canal para chicos
hubo un secuestro.
Los perros ladran en la cuadra,
porque esto no termina bien.
«Si no se van en dos minutos,
esto termina mal», por otra parte, escuchaban
el otro día unos inspectores en Lanús.
La cámara se apaga. La remera
de conejos no existe, el detergente dorado
era una pasta rosa de segunda marca
y el hilo es un charco, toda la casa
está cubierta de señales rosas, se le ocurrió
«intervenir el espacio» como se dice ahora,
(«esto es la política», «esto es lo público»)
y mientras pega granos de arroz,
avena, brillantina, retazos de lienzo
en la trama química, determina: «Lo que pasa
es que tenemos que vivir acá».
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