miércoles, 1 de diciembre de 2021

Joan Margarit (Sanaúja, España, 1938 - 2021)

 

 

 





NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR


Ellas no te abandonarán.

El tiempo pasará, se borrará el deseo

-esta flecha de sombra-

y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,

se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.

Caerán los años. Te cansarán los libros.

Descenderás aún más

e, incluso, perderás la poesía.

El ruido de ciudad en los cristales

acabará por ser tu única música,

y las cartas de amor que habrás guardado

serán tu última literatura.

 

 

DÍAS DE ABRIL

 

Los pájaros de aquella primavera

es lo que escucho ahora en mi silencio,

pendientes de cambiar cantos por lágrimas.

El ataúd y el canto de los pájaros

no puedo separarlos desde entonces.

Sólo me nutre ya la inteligencia,

que prefiere el invierno con sus charcos helados,

caras grises y suaves por el frío.

Los campos que parecen estar muertos,

los abetos que callan por los años

que han transcurrido ya sin Navidad,

porque sería aún mucho más triste

cantar nosotros solos las canciones.

El pensamiento, al que descoyuntaron

la oscuridad de la pasión y el sexo,

no ha encontrado la paz hasta la senectud.

Es la impotencia la que nos socorre.

La que, haciendo imposible ya el futuro,

salva el breve presente, dignifica el ayer.

 

 

 

 

ÚLTIMOS ECOS

 

 

Terminada la guerra,

el saco familiar de historias tristes

se abría en cada casa: personajes

que para aquellos niños fueron sólo

un nombre, un dolor vago en los retratos

explicados en tardes de domingo

sin luz eléctrica, que se morían

oscurecidas como un gran desván.

 

Nuestra alegría se desparramaba

por todos los solares, con silbidos

que en el crepúsculo se oían

mezclándose al llamado de las madres.

 

Vuelvo a la Escuela Nacional de Niños,

puedo oír, en la calle sin aceras,

el recreo en mitad de la mañana,

el griterío y las rodillas sucias

tras pelotas de trapos y cordeles.

 

La calle polvorienta donde estuvo

con su estucado gris y sus dos aulas,

sin ningún patio ni jardín, mi escuela.

 

Pero, de aquellos días queda, apenas,

el frío anochecer

que mi padre traía en el abrigo,

miedos nocturnos, tardes

de juegos en lejanas azoteas.

 

Y la sombra de inviernos ferroviarios,

cuando al alba mi madre iba alejándose

por una calle oscura y solitaria

con mi hermana cogida de la mano:

la maestra y su niña hacia la escuela,

tapadas con bufandas bajo el frío.

 

La infancia transcurría sin pasado:

cometas de papel en la alta tarde

y canicas debajo de los muebles

y aburrimiento de calcomanías

en los días más fríos y lluviosos.

 

Mi madre, con mi hermana, ya se alejan

en un tren sin paradas que recorre

las soledades de mi propio invierno.

 

 

EL BUSCADOR DE ORQUÍDEAS

 

No había en casa libros adecuados

para el desasosiego adolescente.

Los de urbanismo eran aburridos

y Cataluña, pueblo desdichado

me parecía un título muy triste.

Cogí el Mein Kampf, un breve libro negro

que tomé por profundo. Así empecé

por el lugar más sucio de la literatura.

Las palabras de Hitler, tan vulgares,

eran un pozo negro.

No lo he olvidado, pese a que no lo recuerdo.

Me di de bruces con la realidad.

Fue allí donde empezó la poesía,

difícil y sin falsas esperanzas.

He hecho siempre como el jabalí,

que busca y, delicado, escoge y come

el bulbo -conocido como el orquis–

de la orquídea.

 

(Fuente: La Parada Poética)

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