lunes, 27 de diciembre de 2021

Gabriel de la Concepción Valdés (Matanzas, Cuba, 1809 – La Habana, Cuba, 1844)

 

Jicoténcal

 

de Gabriel de la Concepción Valdés y Antonio Saborit | Ensayos, Rescates

Con esta entrega, inauguramos una serie de rescates coordinados y presentados por Antonio Saborit a propósito de “México 500”, las celebraciones por los 500 años de la caída de Tenochtitlan que la UNAM realizará a lo largo de todo 2021.

—La redacción

*

Este poema apareció en la séptima entrega del Semanario Ilustrado, fechada el 12 de junio de 1868 en la ciudad de México, una publicación periódica que circuló viernes tras viernes hasta noviembre del referido año, y en la que colaboraron Alfredo Chavero, Luis Gonzaga Ortiz, Nicolás Pizarro y Rafael de Zayas Enríquez, entre otros. Dos presencias fueron constantes en ella: Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto. ¿Se debe a Fidel (seudónimo de Prieto) el interés en este poema de Plácido? A saber.

El poema “Jicoténcal” interesa por diversos motivos. Su autor, nacido en la ciudad de Matanzas en 1809, fue uno de los poetas populares mejor conocidos en Cuba bajo el seudónimo Plácido; murió fusilado en La Habana el 29 de junio de 1844 por la administración provisional del general Leopoldo O’Donell, por suponerlo asociado a un proyecto de conspiración contra la dominación española. El inclín histórico de Plácido es casi tan raro como sus anacreónticas, como se puede ver en el volumen que en 1856 reunió las Poesías completas de Plácido. Así como la Historia de la conquista de México de Antonio de Solís en cierto modo inspiró la novela anónima Jicoténcal (1826), publicada en español en la ciudad de Filadelfia y atribuida en nuestro tiempo a dos cubanos: Félix Varela y a José María Heredia, este temprano romance de Plácido se debe a esta novela. Es factible que, así como bajo el cielo habanero todo mundo sabía que detrás de Plácido estaba un tal Gabriel de la Concepción Valdés, “hijo de una mujer blanca y de un pardo”, fuera un secreto a voces que Heredia era el autor de la novela Jicoténcal. Sin embargo, y al margen de lo anterior, alguna explicación merece el interés que en el siglo XIX despertó la conquista de México en la lírica cubana.

Antonio Saborit

 

 

 

Dispersas van por los campos
Las tropas de Moctezuma,
Lamentando de sus dioses
El poco favor y ayuda.
Mientras ceñida la frente                
De azules y blancas plumas,
Sobre un palanquín de oro
Que finas perlas dibujan,
Tan brillantes que la vista,
Heridas de sol, deslumbran,
Entra glorioso en Tlaxcala,
El joven que de ellas triunfa;
Himnos le dan de victoria
Y de aromas le perfuman
Guerreros que le rodean,
Y el pueblo que lo circunda,
A que contestan alegres
Trescientas vírgenes puras:
“Baldón y afrenta al vencido,
Loor y gloria al que triunfa”.
Hasta la espaciosa plaza
Llega, donde le saludan
Los ancianos senadores,
Y gracias mil le tributan.
Mas ¿por qué veloz el héroe,
Atropellando la turba,
Del palanquín salta y vuela,
Cual rayo que el éter surca?
Es que ya del caracol,
Que por los valles retumba,
A los prisioneros muerte
El eco sonante anuncia.
Suspende a lo lejos hórrida
La hoguera su llama fúlgida,
De hermanas víctimas ávida
Que bajan sus frentes mustias.
Llega; los suyos al verlo
Cambian en placer la furia,
Y de las enhiestas picas
Vuelven a suelo las puntas.
¡Perdón!, exclama, y arroja
Su collar, los brazos cruzan
Aquellos míseros séres
Que vida por él disfrutan.
“Tornad a México, esclavos;
Nadie vuestra marcha turba,
Y decid a vuestro amo,
Vencido ya veces muchas,
Que el joven Jicoténcal
Crueldades como él no usa,
Ni con sangre de cautivos,
Asesino, el suelo inunda;
Que el cacique de Tlaxcala
Ni batir ni quemar gusta
Tropas dispersas e inermes,
Sino con armas y juntas.
Que arme flecheros más bravos,
Y no encontrará en la lucha,
Con sola una pica mía
Por cada trescientas suyas;
Que tema el día funesto
Que mi enojo al punto suba;
Entonces, ni sobre el trono
Su vida estará segura.
Y que si los puentes corta
Porque no vaya en su busca,
Con cráneos de sus guerreros
Calzada haré en la laguna”.
Dijo, y marchóse al banquete
Do está la nobleza junta,
Y el néctar de las palmeras
Entre victores se apura.
Siempre vencedor después,
Vivió lleno de fortuna;
Mas como sobre la tierra
No hay dicha estable y segura,
Vinieron atrás los tiempos
Que eclipsaron su ventura,
Y fue tan triste su muerte,
Que aun hoy se ignora la tumba
De aquel ante cuya clava,
Barreada de áureas puntas,
Huyeron despavoridas
Las tropas de Moctezuma.

 

* “Este precioso romance, uno de los mejores que se han escrito en castellano, según la opinión autorizada del certero crítico don Juan Miguel Hartzenbusch, es obra del malogrado poeta cubano Gabriel de la Concepción Valdés, conocido generalmente por el nombre de Plácido, que reverenciaron numerosos lectores. Fue fusilado durante la administración provisional del general O’Donell, por suponerlo asociado a un proyecto de conspiración contra la dominación española de la Isla de Cuba. Tenemos otras varias poesías de Plácido, que iremos sacando en las páginas de nuestro Semanario, seguros de que serán del agrado de todos nuestros lectores.” (N. del E., El Semanario Ilustrado, 12 de junio de 1868).


Gabriel de la Concepción Valdés y Antonio Saborit

Gabriel de la Concepción Valdés / Matanzas, Cuba, 1809 – La Habana, Cuba, 1844. Poeta afrocubano, conocido por el seudónimo de Plácido, considerado como uno de los iniciadores del criollismo y un destacado exponente del romanticismo en Cuba. Autor de La flor de la caña, A Gesler y La flor de la piña, entre otros, fue perseguido y fusilado por la corona española.

Antonio Saborit / Torreón, Coahuila, 1957. Ensayista, historiador, traductor y editor mexicano. Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, es Director del Museo Nacional de Antropología desde 2013. Ha traducido a autores como David A. Brading, Robert Darnton y Thomas Carlyle, y ha dedicado estudios y monografías a otros como Marius de Zayas, José Juan Tablada y Tina Modotti.

 

 

(Fuente: Periódico de poesía.unam.mx)

 

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