Límite
(Versión al español de Isaías Garde)
¡Oh duquesa rara!
¡Oh cosa rubia!
Anne Sexton – La muerte de Sylvia
La mujer estéril
Vacía, resueno ante el mínimo paso,
Museo sin estatuas, grandioso en sus pilares, pórticos, rotondas.
En mi patio una fuente surge y vuelve a drenar dentro sí,
con corazón de monja y ciega para el mundo. Los lirios
de mármol exhalan su palidez como un aroma.
Me imagino a mí misma ante un gran público,
madre de una blanca Niké y de muchos Apolos de ojos desnudos.
No obstante, los muertos me lastiman con atenciones, y nada ocurre.
La luna posa una mano en mi frente,
impasible y callada como una enfermera.
21 de febrero de 1961
Límite
La mujer alcanzó lo perfecto.
Su cuerpo
muerto luce la sonrisa de la culminación,
la ilusión de una fatalidad griega
fluye por los pliegues de su toga,
sus pies
desnudos parecen decir:
“hasta aquí llegamos, se terminó”.
Cada niño muerto se enrosca, serpiente blanca,
alrededor de cada
jarrita de leche, ahora vacía.
Ella los recoge
en su cuerpo como los pétales
de una rosa que se cierran cuando el jardín
se inmoviliza y los olores sangran
desde las dulces gargantas profundas de la flor nocturna.
Embozada en su capucha de hueso,
la luna no tiene por qué estar triste.
Ella está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus lutos crujen y se arrastran.
El espejo
Soy plateado y preciso. No tengo prejuicios.
Todo lo que veo lo trago de inmediato
Tal como es, sin que me empañen ni el amor ni el disgusto.
No soy cruel, soy sincero,
El ojo de un pequeño dios de cuatro ángulos.
La mayor parte del tiempo la paso meditando acerca de la pared de enfrente.
Es rosada, con manchas. Tanto la miré que
Me parece que ya forma parte de mi corazón. Aunque con intermitencias.
Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
Buscando en mi extensión su verdadero ser.
Después se vuelve hacia esas mentirosas, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo fielmente.
Ella me recompensa con lágrimas y agitando las manos.
Soy importante para ella. Ella viene y va.
Es su cara, cada mañana, la que reemplaza la oscuridad.
En mí, ella ahogó a una muchacha, y en mí, una vieja
Se alza hacia ella día tras día, como un pez terrible.
La rival
Si la luna sonriese se parecería a vos.
Das la misma impresión
de algo bellísimo y aniquilador.
Ustedes dos son grandes deudores de luz.
Su boca en O se lamenta por el mundo, la tuya no se inmuta.
Y tu don principal es volverlo todo en piedra.
Me despierto en un mausoleo; estás acá,
golpeteando los dedos en la mesa, buscando cigarrillos,
malicioso como una mujer, aunque no tan nervioso
muriéndote por decir algo irrefutable.
También la luna abusa de sus súbditos,
aunque durante el día ella es ridícula.
Tus insatisfacciones, por otro lado,
llegan con encantadora regularidad, a través de la ranura del buzón,
blancas y en blanco , expansivas como monóxido de carbono.
No hay día en que me libre de tus noticias; vos
que caminás por África, tal vez, aunque pensando en mí.
Los globos
Viven con nosotros desde la Navidad,
ingenuos y claros,
tótems ovalados que nos
quitan la mitad del espacio.
Se mueven y se rozan
en la seda de invisibles corrientes de aire,
dan un grito y estallan
cuando son atacados, y corren a acomodarse con un temblor apenas.
Un ancla amarilla, un pez azul–
Con esas lunas raras convivimos.
Nada de muebles aburridos:
esteras de paja, muros blancos,
y esos orbes viajeros de aire leve, rojos, verdes,
deleitan
el corazón como deseos
o pavos reales sueltos que bendicen
el suelo antiguo con su pluma,
forjada en el metal de las estrellas.
Tu hermanito
hace chillar su globo como un gato.
Parece ver en él
un asombroso mundo rosado que podría comerse,
y lo muerde
y entonces
se sienta -una bola de grasa-
y lo que ve es un mundo claro como el agua.
Un jirón rojo
en su pequeño puño.
(Fuente: Revista Altazor)
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