Para revivir la edad anaranjada…
Para
revivir la edad anaranjada, hay que convocar a todos los testigos, a
los que sufrieron, a los que se reían, y también al más pequeño y al que
estaba más lejos. Hay que reencender a las abuelas; que vengan con sus
grandes cruces de canela a cuestas y bien clavadas con aquellos largos
clavos aromáticos, como cuando vivían alrededor del fuego y del almíbar.
Hay que interrogar al alhelí y acosarlo a preguntas, no vaya a perderse
algún detalle morado. Hay que hablar con la mariposa, seriamente, y con
los gallos salvajes de bronca voz y grandes uñas de plata. Y que vengan
las verónicas de entonces, las pálidas verónicas -errantes entre las
flores y los árboles y el humo- que devuelvan el rostro del azúcar, el
retrato de los higos. Y mandar aviso a las glicinas para que traigan su
vieja actitud de uva. Y a la populosa granada, y a la procesión de las
yucas, y al guardián de los nísperos, amarillento y odioso, y a mi
cabellera de entonces, todo llena de brujas y planetas, y a las cabañas
errantes, y al ángel de los cerros, el de las amatistas -con un ala
rosada y la otra azul- y a los azahares del limón, grandes como nardos. Y
que vengan todas las cajas de papel de plata, y todas las botellas de
colores, y también las llaves y los abanicos, y el pastel de Navidad
parado en sus zancos de cerezas. Para revivir la edad anaranjada, hay
que no olvidar a nadie, y hay que llamar a todos. Y sobre todo al señor
humo, que es el más serio y el más tenue y el más amado. Y hay que
invitar a Dios.
en Humo, 1955
(Fuente: Descontexto)
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