PARQUE RIVADAVIA
Hubo una vez un parque
y ese parque creía que era una isla
una isla que flotaba
en el licor de un bombón viejo.
El parque miraba la Rivadavia
desde sus árboles más altos:
pasaban tranvías, autos, motos
pero él veía transatlánticos,
yates,
botes a remos.
Un día un chico que se soñaba héroe
desembarcó
ató la canoa en el amarradero
cruzó la playa
y se internó por el sendero de las avispas
hasta dar con la estatua de Simón Bolívar.
Bolívar sufría de vértigo
y desde hacía un siglo
tenía terror de caerse del caballo.
“David y Goliat”, gritó el pibe, y sacó una gomera porque honda no encontró ninguna.
Aunque desde tan alto como estaba no había visto al chico ni lo había escuchado, Simón tuvo un ataque de pánico como todos los días, por el asunto de la caída.
“¡Cobarde!”
y se colgó la gomera.
“¿Y ahora que hago?”
De pura bronca
se puso a volar
y las estampillas volaron con él.
Después le robó minutos amarillos
al reloj de sol
y quiso llevarse todos los cocos
pero ni cocotero había.
Un rato después vino a buscarlo su abuela.
Lo encontró hechizado
por el mascarón de bronce
del Escupeagua,
por su trombón de vidrio
que llenaba la fuente
donde esa noche
irían a bañarse las estatuas.
Daniel Fara, 1976 (retocado nov.21)
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