lunes, 1 de noviembre de 2021

Juan José Rodinás (Ecuador, 1979)

 

 

A María Fernanda,
por esa infancia que fue infinitamente nuestra.
 
 
Un guijarro es del cielo hasta que alguien lo habita.
Hasta que alguien cuenta una historia que nos exprese algo.
Así, el sol proyecta países de cilantro, de maíz, de cedrón amarillo
adentro de una cápsula donde reparamos la casa de los abuelos muertos.
No hubo tiempo para ordenar la vida.
No hubo tiempo para partir la casa en hogares para todos.
Días hubo, sí, donde las horas imitaban la duración de los minutos,
y los minutos, de los nanosegundos. Lo mucho es poco,
lo poco es nada, siempre. Fernanda, hermana,
jugábamos contigo a las constelaciones de dientes de león
y tréboles y una muñequita, roída, con carita de mono y un lazo en el cabello.
Una infancia que no pudimos recoger fue –para ambos- el mundo.
Tú corrías y yo, lento, me quedaba mirando el cielo.
Hoy todo, sin embargo, es un álbum de papelitos viejos y calabazas rojas.
Hoy el bosque tiene nombre de perro y figura de aguja.
Las fotos de los diarios me muestran una curva, un auto y un abismo.
Las fotos que hablan de días que ya no serán nuestros, que no compartiremos.
Imagino una luciérnaga que habla, suspendida sobre una flor auténtica:
ella trae tu historia en un idioma que ya no sé escuchar.

 

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