Una bellota
Una bellotade un parque milenario
viajó conmigo en mi bolsillo
de un continente a otro.
En días asombrados,
era mi compañía y mi amuleto.
No es una bellota,
alguien me dijo luego.
¿Importa el nombre de las cosas?
Era mi bellota.
Lucía como tal en el camino.
Dos mujeres
En un poema conocí una mujer.
Escribía acerca de un camino perdido
en la colina.
Dos personas reencontradas.
Leves, subterráneas. Anochecidas ambas.
No era un poema feliz. Sí pleno.
Escrito en italiano, la lengua del amor.
¿O de la religión? Bien no recuerdo.
Dos personas, una en la otra,
sentadas a distancia prudente, frente a frente.
Reunidas en la casa de mar y de campiña.
Un diálogo de gestos. De memorias.
Pensé que en el poema, como en la vida,
por un instante,
reconocemos a los nuestros
para despedirnos,
invariablemente,
luego.
La poeta, supe después,
vive en Calabria. En un templo.
Pinta iconos ahí.
Absorta en sus rituales diarios
y sagrados.
Lejos y a resguardo de lo que, para nosotros, es el mundo.
(A Mirella Muià)
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