El don de Dios
entre todos los vivos sentirá,
lleva un halo de humildad orgullosa
por aquello que quiso que esto fuera.
Porque fuera tan alto el rango de ella,
entre las predilectas del Señor,
que apenas puede sostener el peso
de su desconcertante galardón.
Tal como un ser aparte, inmune, solo,
predestinado a los seres radiantes,
cual ningún otro de los que ella ha visto
de las otras mujeres otros hijos.
Firme fruición de su materno anhelo
él brilla ungido; y tal deslumbramiento
le causa su visión que le parece
sacrilegio llamarle suyo de ella.
Teme un poco que nunca sea mucho
lo que hay de bueno, y apenas se atreve
a pensar de él como ser vulnerable
a dolores, miserias y cuidados;
ella lo ve más bien como en la meta,
brillando siempre; y su sueño predice
el natural resplandecer de un alma
en que nada ordinario habita nunca.
Quizá un registro a la ciudad, le hallara
lejos de las banderas y los vítores,
y le dejara solamente un nombre
seguido de sonrisas y de dudas;
quizá la lengua cruda y callejera
causara extraño estrago a su valer,
pero ella, en su inocencia inquebrantada,
leerá su nombre en torno de la tierra.
Y otros, que saben cómo este mancebo
brillara si el amor lo hiciera grande,
presos por la verdad y torturados,
sólo se retorcieran y dudaran;
mientras ella, arreglándole a sus días
lo que los siglos no podrán colmarle,
lo transfigura con su fe y su elogio
y lo pone a brillar donde ella quiere.
Con su agradecimiento lo corona
y otra voz dice que la vida es buena:
y si es el don de Dios menor acaso
en él que en su feliz maternidad,
su fama de él, si vaga, será grande,
mientras ascienda por el sueño de ella,
semivelado en arrojada lluvia
de rojas rosas en marmórea escala.
incluido en Antología de la poesía norteamericana (Fundación editorial El perro y la rana, Venezuela, 2007, selec. de Ernesto Cardenal, trad. de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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