No soy bueno para escribir poemas de amor
Si me atreviera a escribir alguno lo dedicaría
a una robot que comprendiera la red
de sinrazones de mi cerebro, o que al menos
la aceptara sin remedio ni remedo.
Un poema cibernético dedicado al líquido verdoso
que corre por sus conductos metálicos, que aligera
sus articulaciones, da rubor a sus labios y brillo
a sus ojos que cambian de color según las emociones.
Le llamaría como a la robot de esa serie rusa: Arisa.
Y sería como ella única, y recibiría de mí versos
de amor cortés, de amor metálico y aceitoso,
de amor en bits, de misterioso amor en bits.
Ella me protegería de mis propios pensamientos
mientras dure su fuente energética,
permanezca en su memoria,
me guarde como a usuario predilecto.
Yo cuidaría de ella en tanto practique conmigo
videojuegos, juegos de mesa, alternativos,
leyera obras de teatro en voz alta o cuentos eléctricos.
Me hablaría de mil formas: con voz meliflua,
voz de animal salvaje o de ave, voz de robot agonizante.
Mientras el mundo permanezca alejado
de nuestro enredo de cables, de hardware.
(A partir de una frase de Ángel Ortuño)
(Fuente: El hombre aproximativo)
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