sábado, 20 de junio de 2020

Albeiro Montoya Grial (Colombia, 1986)



  El nombre del fuego
 

La vida es amarga, en consecuencia, besa.
Quémate si el fuego en que amamos es el último.
No temas a mis manos que aprietan tus senos
como si fueran dos azucenas vencidas por la noche,
así como yo no temo a tu delicada forma de abarcar mi cuerpo
de hombre o de sueño o de árbol ─qué sé yo─,
aprendí a olvidar de qué extraña sustancia amanezco
construido cada día.
Amar es lo único que nos queda por hacer.
Vivir en esta instancia de la muerte
es ínfimo comparado al amor.
Desnudarnos fue un acto apenas cotidiano
como soñar con rosas o bailar antes del sueño.
Desnuda sé amarte como si estuvieras hecha
de azucena estremecida
o de lluvia amaestrada para caer en la melancolía.
Sabe amar mi cuerpo desnudo de hombre o de sueño o de árbol.
No prestes atención a las dos palabras estremecedoras de mis ojos.
El nombre del fuego no se pronuncia:
se besa.





   Eres hijo de ti mismo y te muerdes


Padre, tu único hijo ha muerto para que mis manos nazcan,
tu único silencio fue invadido
por guaduales y lámparas.
Tristes caballos miran la llovizna
de la infancia caer en la ciudad lejana.

Eres padre de ti mismo, infortunio.
Eres hijo de ti mismo y te muerdes.
Padre, tu único hijo ha muerto
y está habitando los zapatos del olvido.





   Naturaleza muerta


La muerte puede ser un sombrero blanco
sobre nuestros mejores libros,
un vestido sin estrenar,
un par de camisas a rayas que huelen a café,
una mujer venteando un fogón para encender la tarde.

Pero no,
soy yo
tan solo,
barriendo imágenes
en la oquedad de este instante.

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