sábado, 20 de junio de 2020

Robert Desnos (Francia, 1900 - Gueto de Theresienstadt, Chequia, 1945)



Lautremont


Cuántos siglos serán necesarios a la alegórica clepsidra del tiempo, para que los colosos de Memnon sean para siempre sepultados en el desierto!

Así mueren los ídolos.

Para desaparecer, unos quieren los huracanes y las tempestades del océano, y las salpicaduras de la Atlántida abismada.

Otros quieren las lianas de la selva virgen; otros la antorcha del iconoclasta; otros las arenas movedizas de plegarias de generaciones humanas, para desaparecer en sí mismos.

Aunque sólo hubieran tenido un adorador, el mero segundo de poderío que extraen de las mitologías, los cementerios, los museos etnográficos o las historias literarias, no por ello dejarían de ser ídolos auténticos, podridos en las prerrogativas certeras y derisorías de la divinidad.

Tengo hoy el honor de saludar el cadáver del último ídolo, que, favorecido por la más bella leyenda del mundo, nació el día de su muerte y murió asesinado por sus adoradores. Antaño, en las vías misteriosas de ciertas regiones, el frente de los templos ostentaba una lúgubre ley: «El iniciado matará al iniciador».

Isidoro Ducasse, que se llamó a sí mismo Conde de Lautréamont, sólo ha engendrado iniciados hasta ahora. Y detrás del carruaje barroco que lleva el pequeño ataúd en que acostaron su cuerpo inmenso, sólo avanzan, en resumen, tristes empleados de pompas fúnebres, hombres de letras melenudos, y plañideras hipócritas.

Extraviado durante algún tiempo entre los miembros de la familia, el autor de estas líneas se ha refugiado en la acera. Ahora contempla el paso del fúnebre cortejo. Ya se aleja. Ya desaparece con sus coronas de flores artificiales, de flores porcelana, con sus pobres ramos de siemprevivas y de rosas deshojadas.

Adiós. Descansa en paz. Dentro de un momento, sobre el mármol de tu sepulcro y el vacío de la sepultura, el literato con lengua de trompeta se exaltará con sólo pronunciar tu nombre. Buena faena será esta para el orador astuto, que sabrá mezclar consideraciones filosóficas sobre tu obra con una melancólica disertación acerca del destino de las nubes, hechas para deshacerse en lluvia, y llenará así el ánfora tentadora de la tumba. A los caracoles grasientos del dolor fingido, añadirá la pimienta de lo nunca dicho y de lo nunca oído — lo que no es siempre la misma cosa.




(Fuente: El hombre aproximativo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario