jueves, 25 de junio de 2020

Teresa Arijón (Buenos Aires, 1960)




Miré los ojos de la langosta…




Miré los ojos de la langosta
negra, en el agua clara.
Ojos color miel y desconfiados
bajo la transparencia del cristal.
Eran cuatro las langostas, solo una
me miraba. Tenía las patas atadas
con vendas para impedir toda resistencia
a la muerte cercana.
Pensé en Queroqué, la rana ociosa
que encontró en la levedad su forma
y legó la electricidad al mundo, forzada por Galvani.
La electricidad que Nabokov temía, inexplicable
pero suficiente para matar a Queroqué, la rana del poema japonés
que sola se dio nombre porque nadie la nombraba.
Pensé en todas las cosas que no veo, “las inocentes,
las inermes, las desamparadas”, las que no pueden superar
la ley del más fuerte y a sí mismas del cuerpo se separan.



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