SI EL TEMOR ES MATERIA
A Mirta Rosenberg
y es matriz
de una vida,
arrimarte
a la muerte
para imitarla,
Mirta,
es dar matiz
a un arte
que, sin dádivas,
adrede,
no pide ni se pierde;
y de esa artesanía
no te fuiste
todavía.
Estimarla
es
timarla:
es cosa seria
aunque tenga su chiste:
es una treta
no del todo artera;
la travesura triste
de tener que sentarte
para erguirte
un poco más en tu tarima,
Mirta,
para asomarte
alerta,
para traer,
izar
hasta la letra,
lo que reposa
áspero
en la raíz
de tu árbol
de palabras,
pero esa agricultura
todavía te dura.
Ahora que descansa
tu labranza,
se vuelve labor
ruda
recordar lo que resta
de la aspereza
tersa
de tu estar
al filo de las cosas;
al fin y al cabo,
Mirta,
crece un monte de rosas
al final de tu nombre
y de tu vida;
y tu boca,
que ritma
porque piensa,
siembra
espina:
la cortante corola
que templa
y da color a
tu poesía;
y porque no te fuiste
del todo
todavía,
sé que te irritaría
tanta jardinería.
Darme
otra
madre
nunca fue tu idea;
más bien un accidente
de la dieta
compartida:
fuimos
mamíferos
del mismo diente;
y afirmemos
que ahora, por acción
de la cocina,
después de tu partida,
es evidente
que esa herencia
se me quedó en la encía
y, rota,
medra,
Mirta:
todavía
tu secuela
es mi escuela;
no tenías que irte
para que me atreviera
a traducirte.
Hoy
se cumple un año de la muerte de mi maestra, amiga y afectuosa
antagonista Mirta Rosenberg. No suelo compartir acá lo que escribo –ser
traductor, me enseñó Mirta, es suficiente premio–, pero les dejo acá una
elegía inédita que es en cierta manera un cóver de la suya.
E.Z.
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