miércoles, 24 de junio de 2020

Leonor García Hernando (Tucumán, 1955 - Buenos Aires, 2001)




¡oh; la vida que existe en los libros de aventuras infantiles, para recompensarme a mí que he sufrido tanto ¿me lo darás tú? 

-Arthur Rimbaud-


                                               lejano, lejano
 parpadeo del reloj en la intimidad de la sombra.
 Huyen por el desfiladero embozados de amotinadas capas.
 La congoja de mis labios fue antes, en una copa que por minutos mordí.
Ahora retiro con un pañuelo rouge, espuma rota
los vidrios quedaron quebrados en la alfombra.
      Anchos mantos retroceden en el desfiladero con un estertor de pájaro alcanzado por la piedra. El tango completa el gesto de las piernas una forma de acercar el cigarrillo a la boca, herida que abre el rostro para que los besos se retiren
                                                 lejano, lejano
comprometerse a esas manos que apartan el pesado cabello de la frente y luego devorar la ceniza pequeña que ha quedado en el mantel.
                                                 Estoy para perder tantas veces como caigan los dados de una forma maltrecha
estoy para los grandes acontecimientos: un patio con un foso al fondo donde serán sumergidos los ahorcados, un pabellón de cal y las enfermas tocándose las ropas, el hundimiento de los barcos cargueros con pimienta negra y perlas de Malasia, con aceite crudo y navajas de Sevilla
                                                  yo estoy para las mutilaciones para los mancos con voz profunda con sus únicos cinco dedos alzados, agitados en su incapacidad de extrangular.
     Corno en un estuche, mi frente es la perla bajo las placas de fiebre.
Los lisiados desnudan sus rodillas para acercarlas al mar y fatigados dejan que el agua oprima sus mansas piernas incompletas
                                                  lejano, lejano
soy para los asmá ticos el puñado de hojas que quema la estufa; el espinazo de pánico en el descarrilamiento del Metró Port de Clinancurt - Port de Orleans
y la sospecha de los devoradores encapotados apostados en el desfiladero
                                                 lejano, lejano: ¿dónde estaba Dios cuando
te fuiste? el tango propone reprochar
escribir como un jadeo
retener ese bote que quiere deslizarse en el pantano con mi cuerpo atravesado en la quilla rozar esa cicatriz que el paisaje dejó en los párpados
estoy para rezongar
para cubrir de trébol la nuca del sonámbulo y lentos canales de sueño desagüen en esa cabeza neutra, de cabellos cortados al rape. Cabeza errática en la mesa desnuda; evoca otra posesión, otra intensidad en los cubiertos. Las cabezas descubiertas, desprotegidas entre la fuerte circulación de las voces, de las copas donde el trago es de ansiedad. Nadie quiere ser consolado.
Saturan esas manos que rozan la garganta. Perturban esos dedos las sienes escamadas de los que sólo quieren reposar
y estoy para abrir las cajas de música y escuchar los sollozos de las muchachas que abrieron otras cajas de música          otras puertas de cuartos de hotel        sus blusas con botones de nácar abrieron uno a uno desprendían los ojales del corazón y miraron con una aflicción de bolero las piernas de los hombres. 
     Estoy desnuda de situaciones poderosas. Si alguien me llamara desde una ventana oscura una voz que empu-jase mi nombre en la noche      una voz descarnada con el rostro retrasado en la penumbra      la desdicha de un barco guiado hacia el crecimiento de corales y el sonido de la brusca intemperie, de los mansos utensilios ahogados.
Una voz en la sombra grita un nombre y promete otras zonas      (y mi nombre es de reina dos veces construida y dos veces exiliada; fue hecho para el amor cortés, para las sofocaciones).   
     La resonancia de una palabra es tan alta      tan penetrente la atmósfera de un nombre que el amante desatento no encuentra donde abandonar el cuerpo desmayado de Leonor hecho de criaturas perplejas, de vacilaciones, la boca turbia de tierra: es mi reino que comí para que no me lo quitaran. 
     Mi nombre gritado desde esa alta formación de vidrio, desde un ácido encierro
y yo seré más buena      seré un cachorro que alza sus lúcidos ojos a la promesa de una voz. Tendré el encanto de los que perdieron siempre.
Estoy para los grandes acontecimientos
para dormir con Robin, el de los bosques. 




                                                   ha sido una tarde espléndida sobre los viejos plátanos que rodean la terminal de ómnibus
 y ella dijo: ___no hay nada bueno que empiece por ser una herida. 

No quiero esos obsequios miserables.
Era una niña de sienes desordenadas; una boca de labios gruesos acurrucada y saliente como una cornisa cuál era mi ofensa?      qué perdería cerca de las lanchas que derivan?      qué perdón no alcancé entre cortezas qué arrastrado manto, qué lunates y las palabras rarísimas caídas en el umbral helado?
 y ella dijo: ____ atardece con hojas de una pobre suavidad.
          No es poco ser olvidado. Quedar como una cáscara en el verano del agua estancada.
No es poco tocar la repugnancia de tu madre al mirarte y saberse tan. cercana al musgo, tan porosa y ataviada de vendas.
         La tarde mueve sus pliegues       caballos de tinta que se acumulan       esta ilusión de porvenir y derrota
nadie despide mi cuerpo
nadie pone su lengua en mi vientre
no      quitarán mi blusa en las sombras. Las suaves construcciones de seda japonesa adherirán poco más que azulejos salpicados de sangre
y ella dijo: tenía una poética de lencería
qué hacer ahora con esas enaguas, esas caídas del satén en 
los tobillos? 
tantos pliegues        el vestido de profundo escote para bailar sobre baldosas frías       el salón inmenso de tangos donde he pedido
y me quitaron más y más
y todavía el pezón sobre el "cuore" lo han arrancado
tantos pliegues              un borde marcado de encajes
mínimo telón para las piernas que se ocultan y aparecen es tarde en las hojas que oscurecen impregnadas. 
       Oculta por un antifaz, podría acercarme a las carrozas y collares de una palidez opaca, con sus lentos roces sobre la herida; consumen el paisaje inestable de la fiesta.
Queda el desierto con su almendro de leche
y ahora, bajo los pliegues, el ancho cuchillo de cocina.





    de Tangos del Orfelinato





(Fuente: El poeta ocasional)

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