lunes, 1 de junio de 2020

Arturo Corcuera (Trujillo, Perú, 1935)



Tarzán y el paraíso perdido

 


¡AAAÚUAAA…! ¡Aaauaúaa…!
Tarzán (Johnny Weissmuller) es internado en un manicomio
por creerse Tarzán.
Su grito, que asusta a médicos y enfermeras, no es el clarín
con el que hacia su victoriosa aparición en la pantalla. El
grito a Tarzán no  le pertenece. Fue un collage de sonidos
confeccionado y patentado por la Warner Bros: decantaron
en el laboratorio los gruñidos de un sordo y las notas de un
tenor.
Tarzán en el sanatorio para artistas (retirados) de Hollywood,
abatido y vencido por la camisa de fuerza
(él que encarnó la fuerza sin necesidad de camisa).
Hoy casi a oscuras y ayer mimado por los reflectores.
Tarzán víctima de una dolencia cardiaca
se toca el corazón y piensa en Jane.
Desamparado llama en su desesperación a Chita
(entre sombras ve y besa a Chita como si fuera su madre.
Chita se limpia la boca, hace morisquetas
y dando volantines desaparece),
llama a Chita
para que lleve un recado pidiéndole ayuda a Jane.
Pero Chita no podrá acudir. Chita no existió en la vida real.
(Era 8 monas chimpancés, 8 monas que parieron su estampa
cinematográfica.)
Y Jane,
la bella silvestre de los níveos brazos,
ya no lucirá más su silueta junto a Tarzán,
porque Jane ya no filma. Hace mucho tiempo que se le
venció el contrato con la Warner: las piernas de Jane ya no
están todo lo tersas que uno quisiera para hacerla figurar
en el reparto.
(Ah, Jane, paraíso perdido, divino tesoro, ya te vas [para no volver]
cuando quiero llorar
pienso en ti, mi dulce Jane.
Cuánto hubiera dado por tenerte en mis brazos,
para confesarte mi amor. Yo querer mucho a Jane.
Silencio insensato que guardé por culpa de3 mi testaruda timidez.
Por culpa de los barritos de mi precoz adolescencia.
Ah, Jane, ya no adoro tus senos besados por  las lianas.
Tus senos asediados al centímetro por flechas y lanzas.
Ya no adoro tu rostro
que el tiempo implacable ha ido modelando a su capricho.
Tu rostro que acaricié con ternura [a escondidas del público]
          en todas las carteleras.
Que no me digan nunca que te quitaste el maquillaje.
Que no me enseñen nunca tus cabellos de desfalleciente plata.
Para mí tú serás siempre la linda muchacha que yo amé
           matalascallando,
que yo ayudé a inventar con mis ensueños en los destartalados
           cines de mi barrio, mi inolvidable Jane.)
En su cuarto, Tarzán da vueltas como un condenado
y en su rayado papel de loco repara en el espejo del lavabo y
            quisiera lanzarse.
Tarzán varias veces campeón olímpico de natación.
Amor, juventud y dinero, la veleidosa gloria:
todo desde el trampolín se le fue al agua.
Todo se lo devoraron con voracidad las fieras.
Entre paredes pálidas que su insomnio decora de
enredaderas por sentirse libre (el final de la película)
se aferra a sus sueños:
se sueña sobre el lomo de sus elefantes y sonríe.
Se sueña venciendo a sus repujados cocodrilos de cartón.
Ve acercarse a sus leones de felpa (pura melena)
y Tarzán siente miedo
y tiembla y grita como un desventurado niño de pecho:
¡Aaaúaúaa! ¡Aaaúaúaaaa…!
Pobre Tarzán indefenso y desnudo,
descolgado del ecran por inservible,
loco, completamente solo entre los locos,
aullando perdido en su paraíso perdido,
sin Jane, sin Chita, sin fuerzas, sin grito,
solo con su soledad y su taparrabos.
 
 
 
 
(Fuente: Alpialdelapalabra)
 
 
 

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