lunes, 2 de septiembre de 2019

Néstor Mendoza (Venezuela)


Y no tanto la muerte sino la pérdida
de todo temor a morir. Y no tanto
ser aplastado o convertido en quietud
blanca sino el convencimiento de
vivir sin motivaciones reales; sin
miedo iban a buscar motivos para
no morir y justificar la monotonía
de la búsqueda incansable; seguían
viendo el pecho al aire, pequeño,
en lactancia materna, y en esa mínima
boca de niño que chupa el pecho
y los paseantes que miran la succión.
No se logró registrar las maneras de
aniquilar. La onda expansiva duró
tanto y tan sostenida fue su trayectoria
que la muerte llegó y se ajustó a la medida
de todos los zapatos roídos, cansados
de tantos pasos alrededor de la ciudad,
en búsqueda tenaz y bastante agotadora
de esos globos que de la ojiva caían, no se
sabe si bolsas nutricias o vacías pero muy
aptas para la asfixia de todos.
Ninguna escoba
pudo barrer tanto
polvo blanco del suelo.
Del cielo nadie pudo
atajar la caída del fuselaje
y su inestable movimiento.
Al fin cayó la ojiva
y calló a quienes aún
gritaban. Ojalá hubiese
quedado algún
superviviente
para contemplar
este paisaje de cal,
lienzo sin matices,
sólo figuras
blancas, enflaquecidas,
que si se tocan
se desploman
y generan una
nube de fino
polvo,
más bien
ce
ni
zas.




         De su libro  Ojivas


(Fuente: Blog del amasijo)



 

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