jueves, 5 de septiembre de 2019
Adélia Prado (Brasil, 1935)
Con licencia poética
Cuando nací un ángel esbelto,
de esos que tocan la trompeta, anunció:
va a ser abanderada.
Cargo muy pesado para una mujer,
esta especie todavía avergonzada.
Acepto los subterfugios que me caben,
sin necesidad de mentir.
No soy tan fea que no me pueda casar,
encuentro a Río de Janeiro una belleza y
a veces sí, a veces no, creo en el parto sin dolor.
Pero lo que siento lo escribo. Acepto el destino.
Inauguro linajes, fundo reinos
– dolor no es amargura.
Mi tristeza no tiene pedigrí,
sin embargo mis ganas de alegría,
sus raíces llegan hasta mi abuelo mil.
Ser fallido en la vida es maldición para el hombre.
La mujer es desdoblable. Yo soy.
Chorinho dulce
Ya tuve y perdí
una casa,
un jardín,
un umbral,
una puerta,
un marco de ventana con un perfil.
Sabía una modinha y no la sé más.
Cuando la vida da descanso, vuelvo a querer
el umbral,
el portal,
el jardín
más la casa,
el marco de la ventana y aquella cara abandonada
Todo imposible, todo de otro dueño,
todo de tiempo y viento.
Entonces me da por llorar, horas y horas,
el corazón ablandado como un higo en almíbar.
Casamiento
Hay mujeres que dicen:
Mi marido, si quiere pescar, que pesque,
pero que limpie el pescado.
Yo no. A cualquier hora de la noche me levanto,
ayudo a descamar, abrir, cortar y salar.
Es tan bueno, nosotros solos en la cocina,
de vez en cuando los codos se tropiezan
él cuenta cosas como “éste fue difícil”,
“plateó en el aire dando coletazos”
y hace el gesto con la mano.
El silencio de cuando nos vimos por primera vez
atraviesa la cocina como un río profundo.
Por fin, el pescado en la bandeja,
vamos a dormir. Cosas plateadas estallan:
somos novio y novia.
(Fuente: Eterna Cadencia)
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