Corte XVI
Apersónanse ante la autoridad judicial
después de centurias de perderse
el uno en perjuicio del otro
dos semidioses que dícense llamar
Teseo el primero, Minotauro el segundo,
alegando ser causantes de menoscabo y dolo
contra la más elemental conciencia moral,
aceptando, según también sus dichos,
coparticiparse tanto penas como emolumentos.
Prohijáronse bajo estos dichos y costas
albingences y maniqueistas
ilustrados en inconclusos crepúsculos,
guiados por viejos litigios, creando ejércitos
de conjurados bajo enarcados altares
en generaciones de enjundia e insania:
lo que el monstruo de dios tenía de héroe,
lo que dios tenía en el héroe de monstruoso,
lo que el héroe tenía de dios y no de monstruo,
lo que el monstruo y el héroe debían a la autoridad de dios,
lo que la humanidad debía al héroe
contra el monstruo, lo que adeudaban ambos
a la humanidad en nombre de los pensamientos de dios,
lo que regía en ambos bajo los signos
del laberinto y del espejo.
Confiesan hoy ante la autoridad judicial
haber dejado una deuda externa
fraudulenta e inmoral, y exangüe la crisálida
de Carlyle. Luego, ante tribunal
de alzada y aunque en los años
507 a. C.
1222
1608
1845
1914 de nuestra era
viéranse frustrados sus intentos,
comparecen.
Díctese sentencia,
Inscríbase.
Corte XVII
Flamante fantasma de sí mismo,
Nietzsche llega a Turín como todo historiador del arte
en estado de hundimiento completo
febriles formas de vivir – después, lo conflagran
conformes a un sumario sismograma en su memoria.
El animismo mora en las imágenes
cuando retiene un trozo de vida elemental,
el demonismo amarra un trozo de vida elemental
y lo confronta a las imágenes.
Con una orquídea draculina en el ojal,
Nietzsche llega a Turín como un arquitecto tuerto
y encorvado sobre su escritorio escribe:
estoy condenado a divertir a la próxima eternidad
con malas farsas y vuelve a escribir
que una genealogía del delirio es,
si además es escritura,
un delirio genealógico,
la espléndida ceniza de una espléndida flor.
Remolcando el catafalco del futuro,
Nietzsche llega a Turín como un tirano artrósico
y sobre el blanco de una hoja de papel escribe:
yo soy cada hombre de la historia
que es como decir soy su escritura enferma,
su arena movediza. Migradas de episodios
astronómicos, luego, sobrevienen
historias y grafías, ciertamente, a la vida.
Escribir la historia desde el borde del abismo.
En Cortes de un montaje
(Fuente: Vallejo & Co.)
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