JAZZ DE ARGOS*
a Eugenio Alvarez
Llevado por los años y el olvido.
Confundido con el pálido manto
de una nublada pared.
Sin el afable cuido de su amo.
En el atrio echado cualquiera
lo confundiría con un vieja alfombra
dejada al descuido; pero no tú,
dolido de ver su pelambre oro
colmada de pulgas hambrientas
y turbio el que fuera el cristal
del agua de su mirar.
Has vuelto. Otro el propósito es,
aunque el camuflaje sea el mismo:
los harapos y el azufrado olor
que te ha seguido por el mundo
en tus innumerables viajes
poblados de hechos y aventuras.
Las paredes desnudas encuentras.
Ya no cuelgan las pinturas de tus amigos
y la intensidad de la luz que alumbra
es menor que la sombra que crece
en el patio opaca.
La fronda que plácida se aireaba
cual la cabellera suelta de una reina.
Penoso ramaje de mustias hojas hoy
y desnutridos limones secos.
La treta te ha resultado una vez más.
Nadie se percató de que eras tú,
sólo él moviendo sus inhiestas orejas
con un ronco ladrido que supiste callar
con el índice posado en tus labios.
El meneo de su cola te dibujó en el rostro
un quedo reír que casi te delata.
Tan repentino fue su estirar completo
y el adiós de su pata que enseguida
supiste que su noble y fiel corazón
había cesado.
Y te volviste con similar sigilo a cuando
entraste. Te volviste en un taxi
cuyo chofer pudo entender
tu compungida prisa en huir.
Entender que desenfundaras el saxo
dentro del auto y te largaras un solo
que el alma le escarbó.
*perro de Odiseo
en El jazz de Itaca, 2013/17
a Eugenio Alvarez
Llevado por los años y el olvido.
Confundido con el pálido manto
de una nublada pared.
Sin el afable cuido de su amo.
En el atrio echado cualquiera
lo confundiría con un vieja alfombra
dejada al descuido; pero no tú,
dolido de ver su pelambre oro
colmada de pulgas hambrientas
y turbio el que fuera el cristal
del agua de su mirar.
Has vuelto. Otro el propósito es,
aunque el camuflaje sea el mismo:
los harapos y el azufrado olor
que te ha seguido por el mundo
en tus innumerables viajes
poblados de hechos y aventuras.
Las paredes desnudas encuentras.
Ya no cuelgan las pinturas de tus amigos
y la intensidad de la luz que alumbra
es menor que la sombra que crece
en el patio opaca.
La fronda que plácida se aireaba
cual la cabellera suelta de una reina.
Penoso ramaje de mustias hojas hoy
y desnutridos limones secos.
La treta te ha resultado una vez más.
Nadie se percató de que eras tú,
sólo él moviendo sus inhiestas orejas
con un ronco ladrido que supiste callar
con el índice posado en tus labios.
El meneo de su cola te dibujó en el rostro
un quedo reír que casi te delata.
Tan repentino fue su estirar completo
y el adiós de su pata que enseguida
supiste que su noble y fiel corazón
había cesado.
Y te volviste con similar sigilo a cuando
entraste. Te volviste en un taxi
cuyo chofer pudo entender
tu compungida prisa en huir.
Entender que desenfundaras el saxo
dentro del auto y te largaras un solo
que el alma le escarbó.
*perro de Odiseo
en El jazz de Itaca, 2013/17
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