viernes, 27 de septiembre de 2019

Adalber Salas Hernández (Venezuela, 1987)







LIII – Variaciones Palinuro
(Eneida, Publio Virgilio Marón)


Dicen que fue un accidente. Que la lancha
golpeó algo, no se sabe qué, algunos afirman
que un enorme pez barbudo, otros juran que
la punta de una montaña sumergida
desgarró con saña el vientre de madera
de la barca. Cuando hablan, tiritan.
Miran desde abajo; aunque sean más altos
que tú, miran desde abajo, miran desde el fondo
de la lancha, ese montón de tablas impares
que se dejó rasgar. Cuando hablan, dicen
que fue un accidente. Que la mañana
era blanca y temblaba como una hoja de papel.
Que cuando abrieron los ojos
el piloto ya no estaba, ni el motor,
ni el teléfono satelital con el que debía pedir
auxilio a los barcos sordos que atraviesan
las aguas internacionales. Barcos sordos, repiten,
barcos sordos. Descomunales bestias sin orejas,
con el vientre repleto de rocas y aceite amargo
y peces temblorosos. El piloto ya no estaba:
fue lo primero que vieron al abrir
los párpados salados. Palinuro no estaba. Algo
lo había tumbado, dicen, un accidente.
El sueño le clavó los dientes en la nuca, el sueño
le chupó la médula a sus huesos y la escupió
sobre las olas. Y luego el golpe, la barca
perforada como un animalito de tela flaca.
Así fue cómo terminaron en las costas de Cartago,
muchos ahogados, otros tantos rescatados por pescadores,
la madrugada del veintiséis de julio del año de gracia de 2019.
Ahora irán a un centro de detención a tiritar. Allí caen
bombas, declaran, y la mirada se les avinagra. Allí
no es a donde iban; iban a fundar Roma. Es
lo que han hecho durante siglos. No tenían nada,
insisten, pero iban a fundar Roma. Ahora no saben
si podrán hacerlo o si habrá Roma siquiera.
Todo en altamar es un accidente, dicen.



(Fuente: Jampster)




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