lunes, 23 de septiembre de 2019

Magdalena Chocano (Perú, 1957)



V

Oscuramente
                        como hago aquello que me alcanza y me supera
asearé uno a uno mis objetos

Un rayo de sol puede atravesar las cortinas cerradas/
un paseo de antorchas puede colmar el patio de penumbra. . .

Un líquido negro reposa en un frasco
acecha a la mano distraída que al abrirlo librará
los poderes dormidos
Los nombres de las cosas se labran se relievan
no lo digo por los altivos enseres que me cercan
(qué indócil el tacto sobre ellos/
la temprana tragedia de la mano)
lo digo por un sonido que no llega

Un cuerpo se forma a pausa plena
modelando su sombra en esta lumbre
y la acción es difícil cuando existe
un instrumento solo



XIII

De pronto soy la peor voz
la más agraz
la condenable
que acomete el muro de las lamentaciones

Se quisiera escuchar un canto/ una oración
antes que el ininteligible tumulto lapidario
que asuela superficies

El muro ignora si me lamento
                           si me maldigo
                           si impreco o lloro
pero teme a mi bronco soliloquio
como a un juramento de demolición



XXII

HEGEMONÍA

Ululas
el roce veloz de tu falda en hoscos sueños de acoso
un imperio de violencia se desborda sobre tardos enseres
Ni aun sujetando tus manos temblorosas de furia
doblegaré el miedo en mi corazón
de cada añico de mi espejo
tu imagen cencida reflorece
donde eres más fuerte eres más vulnerable
jamás hubo dominio
no lo habrá
                        si la euforia es tanta
                                                           si está
                                                                       si nos habita

Yo soy la Distancia
y permanezco en las afueras
esperando la paulatina calma
Desde aquí vislumbro tu rojizo cabello
que se esparce en los cielos
la luz no lo conmueve
                                   Pasa el tiempo
Bendito el Artilugio de tu veste escarlata
                                                                       oh reina
a orillas de los ríos lavas tu traje
la sangre se diluye
humedeces tus sienes pálidas
tu tersa nuca

Nunca hubo herida
era sólo el rosado sol del orto
relampagueando en las aguas
no habrá resquemor
sólo un canto impenetrable y lúcido
conmueve la anchura de la tierra

Te yergues
la asesina
la serena hacedora de los días
la inefable
sólo yo yazgo desangrándome
mientras la noche me devora los ojos
y agoniza




(Fuente: Sol negro)

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