Julio Cortázar - The smiler with the knife under the cloak

 

 

 

Justo en mitad de la ensaimada

se plantó y dijo: Babilonia.

Muy pocos entendieron

que quería decir el Río de la Plata.

Cuando se dieron cuenta ya era tarde, quién ataja a ese potro que galopa

de Patmos a Gotinga a media rienda.

Se empezó a hablar de víkings

en el café Tortoni,

y eso curó a unos cuantos de Juan Pedro Calou

y enfermó a los más flojos de runa y David Hume.


A todo esto él leía

novelas policiales.

*

Escribí este poema en 1956 y en la India, of all places. No me acuerdo bien de las circunstancias, habíamos estado hablando de Borges con otros argentinos para olvidar por un rato el bombardeo de Suez y un documento de la Unesco sobre la comprensión internacional que nos habían dado a traducir; en algún momento sentí que mi afecto por él, de pronto casi tangible entre sikhs y olor de especias y música de sitar, era como un practical joke que Borges me estuviera haciendo telepáticamente desde su casa de la calle Maipú para poder decir después: «Qué raro, ¿no?, que alguien me tenga cariño desde un sitio tan inverosímil como Nueva Delhi, ¿no?». Y la hoja de papel calzó en la máquina y yo me acordé de unas clases de literatura inglesa allá por la calle Charcas, en las que él nos había mostrado cómo el verso de Geoffrey Chaucer era exactamente la metáfora criolla de «venirse con el cuchillo abajo’el poncho», y me ganó una ternura idiota que ahogué con jugo de mango y el poema que nunca le mandé a Borges, primero porque yo a Borges solamente lo he visto dos o tres veces en la vida, y después porque para mandar poemas la vida me cortó el chorro allá por los años treinta y ocho.

Nunca quise darlo a conocer aunque estuve cerca cuando la revista L’Herne me pidió una colaboración para el número dedicado a Borges, pero sospeché que los borgianos profesionales verían una irónica falta de respeto en esa liviana síntesis del mucho bien que nos ha hecho su obra. Casi fue una lástima porque cuando salió el número era tan enorme que parecía un elefante, con lo cual hubiera resultado el vehículo perfecto para mi poema indio; de todas maneras hoy lo mezclo en esta baraja y a lo mejor, Borges, alguien se lo lee en Buenos Aires y usted se sonríe, lo guarda un segundo en su memoria que conoce mejores ocupaciones, y a mí eso me basta desde lejos y desde siempre.

En La vuelta al día en ochenta mundos, 1967

 

(Fuente: Biblioteca Ignoria)