EL SUFRIMIENTO Y LAS PALABRAS QUE SUSCITA (UN FRAGMENTO)
En una tarde en la que el sufrimiento y el vacío se vuelven
sumamente intercambiables, recuerdo a Komokwa, un dios
de los Kwakiutl -uno de los pueblos llamados "de la canoa"
de los Indios Noroccidentales de Canadá y Estados Unidos.
En sus canoas recorren la antigua ruta marina de miles de ki-
lómetros de largo, que va del golfo de Puget hasta Alaska, cu-
yas aguas son tan turbulentas como ricas en remolinos y otros
peligros.
En el fondo de esa región de un mar helado, vive Komokwa,
reclinado en su canapé, ya que se trata de un inmenso dios in-
válido. Las focas son sus sirvientes y el pulpo está dedicado a
la vigilancia. Trato de imaginar qué clase de diálogo se puede
sostener con un dios inválido.
¿Se le puede pedir auxilio? ¿O solamente consuelo?
En el siglo IX Sugavara Mijizame le habla a los árboles: le
pide a su ciruelo, desde el destierro, que le envíe su aroma
en primavera...
Y desde mucho antes de eso, las mujeres Kwakiutl le habla-
ban a los cedros, disculpándose por usar su corteza, a la que
llamaban su "vestido".
En el siglo XII, otra vez en Japón -la otra costa de ese mismo
Océano- la dama Junii Tameko sabía que la ira nos aparta de
una tristeza insoportable.
Y 150 años antes de Cristo, Lucilio hablaba de los días malos
como aquellos en los que se tiene a un dios en contra...
(Fuente: Idiomas Olvidados)
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