REB ARIEH LEIB BEN NAFTULE REPASA "EL CAPITAL"
Ahora me doy cuenta de que todo es como el movimiento del ojo en la lectura:
cuando se cierra a las letras, se abre a las palabras,
cuando se cierra a las palabras, se abre a la evidencia,
al dar vuelta la página, el sentido de la escritura comienza:
no hay más victoria que los nuevos frentes que se abren,
no hay más respuesta que una nueva pregunta.
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Jonio González: Sobre "Reb Arieh Leib Ben Naftule repasa El capital" y La academia de Piatock.
En "El 60", publicado en 1969 en Buenos Aires, su autor, Alfredo Andrés, escribía sobre Alberto y su poética, que estaba "sometido al deseo de llegar a las entretelas, incluso místicas, del idioma del hombre de Buenos Aires". Igual de dramático se mostraba Daniel Barros al afirmar, respecto de su segundo libro, "Juego limpio", de 1963, que lo que Alberto buscaba era "enjuiciar un medio y sus problemas desde la pequeña peripecia del hombre común". Creo que en ese libro aún no enjuiciaba, sino que observaba, con piedad infinita y no poca ironía, los pequeños y enormes combates cotidianos que libran hombres y mujeres, el marinero con el mar en contra, aquella a quien sólo la noche detiene, el abuelo que viene a una tierra pero no viene... En suma, preparaba el terreno, tanteaba, exploraba ciertas maneras que iban en busca de una lengua, más que de un lenguaje, popular, pero no en el sentido de ser entendida por todos sino en el de ser hablada por todos. Pero para que todos hablaran había que rescatar ciertas nociones de país, ciertas sensualidades y ciertos sueños, decir adiós a ciertos dolores y hacer frente a otros, aplicar al suelo el oído de la rabia, amasar "panes de ternura" y caminar sobre las olas para que el corazón fuera uno. Y ese corazón empezó a tomar la forma de compañeros caídos, de quienes sólo queda sobre la tierra "un musgo suave" que es como lo más íntimo de esa misma tierra.
Tras eso, y a lo largo de años dramáticos, vino la lucha, la esperanza, el desasosiego, y con ellos una poética más elegíaca, dolorosa incluso. Pero esa convivencia con las sombras dio paso (en "Apuntes", de 1987, por ejemplo) a la renovada certeza de que más temprano que tarde el verbo sería pronunciado por todos, creado por todos, libremente, en una suerte de asamblea en la que cada uno dé forma a su identidad individual y la exprese de forma que al hacerlo construya una identidad colectiva. Y eso, precisamente, es "La academia de Piatock" (inspirada en la sinagoga de la calle Planes, en el barrio de Caballito, y en los recuerdos de ella y su rabino que a Alberto, según me confesó, le transmitió su propio padre): el espacio donde todos tenemos voz y nos oímos mejor, y al oír y oírnos reflexionamos, el espacio donde las vidas de unos y otros se cruzan, la luz da a luz, el cielo está al alcance de la mano sólo con subir hasta la cima de un grano de arena, grano de arena que es el desierto todo. Pero es asimismo otra cosa. Porque el libro es palabra, testimonio del instante primero, recordatorio de la palabra que contiene todas las demás, salvo la que sólo se encuentra en lo más profundo del alma humana. Y eso hace Reb ABen Naftule al repasar "El capital": hablar del libro que encierra las claves e incógnitas del mundo, de que el dolor y la alegría son anteriores a la palabra y al mismo tiempo nacen de ella, de que, como descubre el caballo de Piatock, podemos cerrar los ojos, pero no por eso el cielo deja de existir.
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Jonio González en "Guardianes de Piatock", Judith Said, Lilian Garrido y Miguel Martínez Naón, comp., Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2020. En la imagen, Alberto Szpunberg (Buenos Aires, Argentina, 1940-Barcelona, España, 2020) por Rafael Calviño.
(Fuente: Jonio González)
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