Homenaje a Serguéi Esenin a cien años de su muerte (1925-2025)
Hasta pronto, amigo mío…
Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto,
querido mío, te llevo en el corazón.
La separación predestinada
promete un nuevo encuentro.
Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras,
no te entristezcas ni frunzas el ceño.
En esta vida el morir no es nuevo
y el vivir, por supuesto, no lo es.
Las flores me dicen adiós…
Las flores me dicen adiós
inclinando sus cabezas,
y dicen que nunca más veré
su rostro ni mi tierra natal.
¡Qué le vamos a hacer, querida, qué le vamos a hacer!
Ya he conocido las flores y la tierra
y el estremecimiento ante la muerte
lo tomo como una nueva caricia.
Porque he comprendido la vida
y pasé sonriendo junto a ella,
puedo decir que cada instante
que todo en este mundo se repite.
Qué le vamos a hacer, llegará otro,
la pena no agobiará al ausente,
y el nuevo huésped cantará una canción más bella
a la amada inolvidable.
Y al oírla ella en silencio
junto a su nuevo amor,
quizás se acuerde de mí
como de una flor irrepetible.
Arde, estrella mía, no te caigas…
Arde, estrella mía, no te caigas,
esparce tus rayos escarchados.
Ningún corazón viviente
llama a la puerta del cementerio.
Brillas como agosto en el centeno
y anegas el silencio de los campos
con el temblor sollozante
de las grullas que no partieron.
Levanto mi cabeza
por sobre el bosque y la colina;
de nuevo oigo la canción
de la casa y el campo paterno.
El otoño de oro encendido
apaga el zumo en los abedules
y su follaje llora en la arena
por quienes ha amado y olvidó.
Lo sé, sé que muy pronto,
no por mi culpa ni la de nadie
también yo deberé yacer
tras una tapia sombría.
Se extinguirá la llama acariciante
y el corazón será solo cenizas.
Mis amigos pondrán una piedra gris
y una alegre inscripción en versos.
Pero al oír la tristeza de mi entierro,
yo escribiría mi propio epitafio;
“Amó su patria y su tierra
como un borracho la taberna”.
La risa sonora de los lejanos años…
La risa sonora de los lejanos años
no podrá disipar esta tristeza.
Ya no florece mi tilo blanco
y enmudeció el alba del ruiseñor.
Todo era nuevo aquel entonces para mí
y el corazón desbordaba sentimientos;
hoy aún la palabra de amor
se desprende de los labios como un fruto amargo.
Y el paisaje conocido de la infancia
no es tan hermoso bajo la luna.
Barrancos, cañamales y laderas
entristecieron los campos rusos.
El espejo grisáceo del agua
es opaco, achacoso y desvalido.
Todo esto me es querido y entrañable
y por eso es tan fácil sollozar.
La isbá desvencijada, el llanto de la oveja,
y un caballo que en la lejanía
se contempla en el estanque huraño
agitando su pobre cola al viento.
A esto llamamos tierra natal,
y por eso los que moran en ella
beben y lloran junto con la nevasca
esperando días acogedores.
Por eso el reír de los años idos
ya no podrá disipar esta tristeza.
Ya no florece mi tilo blanco
y enmudeció el alba del ruiseñor.
Todos nos marchamos lentamente…
Todos nos marchamos lentamente
al país del silencio y la quietud.
Quizás yo muy pronto deba
preparar mi equipaje mortal.
¡Queridos bosques de abedules!
¡Tú, mi tierra y arenas de las llanuras!
¡Cómo ocultar mi tristeza
ante la multitud de los que parten!
Amé demasiado en este mundo
todo lo que troca el espíritu en carne.
¡Paz a los pobos que alargan sus ramas
para mirarse en el agua rosada!
¡Cuántas cosas he pensado en el silencio!
¡Cuántas canciones compuse a mí mismo!
Y soy feliz porque respiré y viví
sobre esta tierra sombría.
Feliz porque besé a las mujeres,
ajé las flores y me revolqué en el pasto,
y a los animalillos, nuestros hermanos menores,
jamás golpeé en la cabeza.
Sé que allá no florecen los abedules
ni tintinea el centeno su cuello de cisne.
Por eso siento pena
ante la multitud de los que parten.
Sé que en ese país no existirán
estos trigales que brillan en la oscuridad.
Por eso me son tan queridos
los que viven conmigo en este mundo.
¡Sí! Lo he decidido. Abandoné…
¡Sí! Lo he decidido. Abandoné
para siempre los campos natales.
Nunca más tintineará sobre mí
el follaje alado de los álamos.
Ya mi casa se encorvó con los años,
mi viejo perro pereció hace mucho.
Quizás Dios a morir me ha condenado
en las calles retorcidas de Moscú.
Amo esta ciudad fangosa
aunque está avejentada y obesa.
El Asia dorada y soñolienta
ha quedado prendida a sus cúpulas.
Cuando brilla la luna,
cuando brilla la luna… ¡el diablo sabe cómo!
inclinando la cabeza me encamino
por la callejuela hacia la cantina.
Entre el alboroto de esta madriguera
toda la noche, en un vuelo hacia el alba,
leo mis versos a las putas
y quemo alcoholo con los delincuentes.
El corazón late más y más a prisa,
y yo murmuro a tontas y a locas:
“Soy un perdido como usted,
me es insoportable volver atrás”.
Ya mi casa se encorvó con los años,
mi viejo perro pereció hace mucho.
Quizás Dios a morir me ha condenado
en las calles retorcidas de Moscú.
Sólo me queda una diversión…
Sólo me queda una diversión:
los dedos en los labios y un alegre silbido.
Ya se ha esparcido mi mala fama
de peleador y escandaloso.
¡Qué ridícula mala fama!
Hay muchas caldas tontas en la vida.
Me avergüenzo de haber creído en Dios,
y me entristezco de no creer ahora.
¡Remotas lejanías doradas!
Todo arde en la rutina cotidiana.
Si blasfemé y fui escandaloso
fue para arder con mayor fulgor.
Acariciar y fustigar es el don del poeta,
lleva sobre sí un signo fatal.
Yo quise enlazar sobre este mundo
a la rosa blanca y el sapo negro.
¡Qué importa no se hayan realizado
estos designios de los días buenos!
Si los demonios anidaron en mi espíritu
es porque los ángeles vivían en él.
Por estos alegres desvaríos,
yo quisiera en el postrer instante
antes de partir hacia otras comarcas
pedir a todos los que me acompañen
que por mis pecados mortales,
por no creer en el paraíso,
con mi camisa rusa me amortajen
y bajo los iconos me dejen expirar.
Soy el último poeta de la aldea
Soy el último poeta de la aldea,
mis cantos son humildes como un puente de madera
Asisto a la misa final entre abedules
que inciensan el aire con sus hojas.
Se extinguirá la dorada llama
de este cirio de cera humana
y el remoto reloj de la luna
gruñirá mi postrer campanada.
Pronto saldrá el huésped de hierro
al sendero del campo azul,
sus negras manos recogerán
la avena derramada por la aurora.
¡Muertas manos, palmas extrañas,
no vivirán entre vosotras mis canciones!
Sólo los corceles de las espigas
llorarán por los viejos amos.
El viento acallará sus relinchos
mientras baila la danza del adiós…
Y el remoto reloj de la luna
Gruñirá mi postrer campanada.
LA CONFESIÓN DE UN GRANUJA
SOBRE SÍ MISMO
Nací en 1895, el 21 de septiembre, en la Gobernación de Riazán, vólost (1) Kusminskaya, en la aldea Konstantinovo.
A los dos años fui entregado para mi educación al abuelo materno, persona bastante acaudalada, que tenía tres hijos mayores con los cuales transcurrió mi infancia. Mis tíos eran muchachas traviesos y audaces. A los tres años y medio sentaron en un caballo sin silla de montar y luego lo lanzaron al galope. Recuerdo que casi el sentido y me aferré fuertemente a los crines. Después me enseñaron a nadar. Un tío (Sasha) me llevó consigo en bote, se alejó de la orilla, atragantándome, mientras él gritaba: “¡Eh, idiota! ¿Para qué sirves tú?”. “Idiota” era para él una palabra afectuosa. Más tarde, más o menos a los ocho años, a menudo servía a otro tío como perro de caza, nadando por los lagos tras los patos derribados. Trepaba con mucha destreza a los árboles. Entre los chiquillos siempre fui cabecilla, gran pendenciero y constantemente andaba lleno de rasguños. Por mis picardías me regañaba sólo la abuela; en cambio el abuelo mismo me incitaba a pelear y a menudo advertía a ésta: “Tú, tonta, no me lo toques, así crecerá más resistente”. La abuela me quería inmensamente y su ternura no tenía límites. Los sábados me lavaban, cortaban las uñas y ondulaban el pelo con aceite de quemar, pues ningún peine penetraba en los cabellos ensortijados y aun el aceite servía de poco. Yo siempre chillaba a grito pelado y todavía ahora experimentó cierta sensación desagradable al acercarse el sábado.
Así transcurrió mi infancia. Cuando crecí quisieron hacer de mí un maestro rural y me enviaron a la escuela eclesiástica normalista, al término de la cual debía ingresar al Instituto de preceptores de Moscú. Felizmente, no ocurrió así.
Comencé a escribir versos a temprana edad, más o menos a los nueve años, pero la creación consciente la relaciono con, los 16 y 17 años. Algunos versos de esta época aparecieron, en “Rádunitza”.
A los dieciocho años, sorprendido de que habiendo envidado mis versos a diferentes revistas, no los publicasen, partí a Petersburgo. Allí me acogieron muy cordialmente. Al primero que vi fue a Blok, luego a Gorodkiétski. Cuando miré a Blok comencé a sudar, pues por primera vez veía a un poeta en persona. Gorodiétski me relacionó con Kliúiev, sobre el cual antes no había escuchado una palabra. Con Kliúiev entablé una gran amistad a pesar de todas nuestras diferencias internas. En estos años ingresé a la Universidad de Shiniávski, donde estuve un año y medio y nuevamente partí a la aldea.
En la Universidad conocí a los poetas Semiónovski, Naciédkin, Kólokolov y Filípchenko.
De los poetas contemporáneos me han agradado sobre todo Blok, Bieli y Kliúiev. Bieli me ha dado mucho en la forma y Blok y Kliúiev me han enseñado el lirismo.
En 1919 junto a un grupo de camaradas publiqué el Manifiesto del Imaginismo. El Imaginismo era una escuela formal que quisimos consolidar. Pero no tenía base propia y murió por sí misma al abandonar la verdad por la imagen orgánica.
A muchos de mis versos religiosos renunciaría con gusto, pero éstos tienen gran significado como camino de un poeta hacia la revolución.
Desde los ocho años la abuela me llevó por diferentes monasterios y por su culpa en nuestra casa se albergaban eternamente toda clase de peregrinos y peregrinas. Se entonaban diversos cantos religiosos. El abuelo era todo lo contrario. Le gustaba empinar el codo. Constantemente celebraba bodas que nunca se efectuaban.
Más tarde, cuando me marché de la aldea, debía analizar largamente mi modo de vida.
En los años de la Revolución estuve por entero al lado de Octubre, pero aceptaba todo a mi manera, con tendencia campesina.
En lo que se refiere al desarrollo formal, hoy me siento cada vez más atraído por Pushkin.
En cuanto a los demás datos autobiográficos, ellos están en mis versos.
Octubre 1925
Traducción: Gabriel Barra y Jorge Teillier
(Fuente: La Mecánica Celeste )
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