VÉRTICES DEL BRÓCOLI
La piel bajo las uñas de la sangre amarronada del barro en arcilla dolorosa circulante acuosa marejada a destiempo clandestina angustiosa cacería de tres lobos del asfalto.
Para dormir despierta como tapiz de estatuas serenando la estridencia del azul profundo y la voz tornasol del amarillo tomate.
Se trabaja a puro pulmón con las tripas al cuello secadas al aliento exacerbado de las camisas sin comisuras anhelantes de dinosaurios precoces sobre la alambrada.
Contra el almohadón de cristal hace palanca la orca sin máscara en los escaparates virulentos de anís y estreptococos y momias con desidia de las galerías de arte.
Habrá un lustro oscuramente luminoso de kilómetros de madera las peceras de violetas escaramuzas varias para evitar el cenit en los cuatro ojos ocres de la cabeza acuartelada.
Me hiciste pensar que todo era lluvia y avispas en combustión por el tragaluz de los peldaños.
Cerrojo a las cazuelas y bufandas y que llegue la ambulancia de los dedos al atril de la jirafa.
Corpúsculo capcioso caballos sin fusil en la laguna de los lamentos.
Al norte del doblez el clítoris trompetea acrobacias carmesí como una esfera o escarapela en el claustro de los mapas.
Párvulos de la hipotenusa en los parques sin portezuela en las farmacias sin tréboles ni ebanistas en los manteles de langostas en los zuecos y la sotana.
Tres carillas en fuelle no bastan al camaleón en pronóstico crisantemo caja con tapa a los alelíes rodete con polea y cinta solar para el tren de los juncos.
Sin embargo los dientes del alfil y su sonrisa de espárragos rodarán por los pliegues del césped como gotas de nudos, como timbres en la ventisca.
Y en la cúspide del párkinson brillará el acordeón como amortiguador nacarado entre piernas de oruga sobre el parquet aceitado de las chimeneas.
Sin prisa sin pausa
Chivilcoy, Buenos Aires, Argentina
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