AL OÍDO DEL HOMBRE
Se ejerce ante el espejo más confianza
siempre y cuando se elija no mentirse;
al oído del hombre sin tardanza:
en las playas radiantes no aturdirse.
Haber vertido lágrimas no alcanza
frente al amo impasible sin hundirse;
utilicemos la última esperanza
gotea sangre fría sin pudrirse.
(Pero excéntricamente nos movemos
sin mejorar modales ni razones
porvenir sin dolor solo queremos).
Nuestra sagrada tierra en que vivimos;
de producir propósito intenciones
hay bombas de Satán como racimos.
LOS PODEROSOS
Los poderosos son como ceniza
proyectos de tortuga inobedientes;
pero el justo no cambia tu divisa
cien mil techos vacíos de serpientes.
Ahora me siento libre de su prisa
(entre flores de plata sus agentes)
sin carruajes el séquito agoniza
manos y corazones tan valientes.
Ahí está por ejemplo su levita:
de negrura de pez los interiores
y de la muerte humana favorita.
De furioso revólver lejanías:
muros condecorados sin valores
hay que lavar en nuestros propios días.
Nota: Los dos sonetos pertenecen a su libro “Al oído del hombre”, publicado por Editorial Letras en 1970.
CONCEPCIÓN SILVA BELINZÓN: UNA GRAN POETA OLVIDADA
El 1° de noviembre de 1987, rodeada del mismo silencio que la había acompañado siempre —como suele ser el destino en vida de cierta raza de artistas— murió en Montevideo la poeta Concepción Silva Belinzón.
Su
trayectoria, soterrada pero intensa, tal vez quedó opacada por la
fulgurante presencia familiar de su hermana Clara Silva y su cuñado el
famoso crítico Alberto Zum Felde. Al igual que Clara, Concepción era
poeta, y lo era en un sentido de entrega raigal, estremecida, de
vocación exclusiva y excluyente, algo que no es común ni ahora ni en sus
comienzos, allá por la década de los cuarenta.
En
verdad fue casi un ejemplo de renuncia deliberada a los rituales
cotidianos de la existencia —amor, trabajo, vida social— en pro de esos
otros que le imponía su condición de "médium" de la gracia poética que
menos a menudo de lo que ella deseaba le llegaba no se sabe de dónde.
Tal fue su constante vital, más allá del extraordinario momento
fáustico, a sus ochenta años, enamorándose como una adolescente de un
joven actor y poeta gay, Claudio Ross. Amor no consumado, que sin
embargo vitalizó y magnetizó los años de su crepúsculo.
Su
primer libro fue "El regreso de la Samaritana" (1943), al que siguieron
doce títulos hasta "Sitios abandonados" (1979). Vale recomendar, en una
obra fulgurante en muchos tramos, “Al oído del hombre” libro de 1970. Y
es destacable la “Antología poética” que compilaron de toda su
producción su amiga la gran poeta Marosa Di Giorgio con la colaboración
justamente de Claudio Ross, publicada en 1981 con prólogo de Arturo
Sergio Visca, que todavía se puede llegar a encontrar en la Feria de
Tristán Narvaja y en librerías “de viejo”.
Cuesta
entender que una obra tan considerable, que además posee valores que
fueron reconocidos por escritores de la estatura del argentino Oliverio
Girando y el franco-uruguayo Jules Supervielle, haya pasado por las
librerías de Montevideo casi sin dejar huella. Aunque, entre los pecados
recurrentes de nuestro medio en el plano cultural se encuentran no
pocos olvidos artísticos de envergadura (para poner un solo ejemplo
rotundo, en otro rubro: ¿qué se hace en el presente para mantener la
memoria viva del escultor Bernabé Michelena?)
La
forma poética que eligió Concepción Silva Belinzón fue, casi
exclusivamente, el soneto, estructura a la que supo encontrarle
novedosas y ricas resonancias.
Alejandro Michelena.
(Fuente: Alejandro Michelena)
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