Un hombre triste
AGONÍA DE UN LABRADOR
a mi abuelo
Yo le vi como un árbol abatido,
ennegrecido y duro como un riel en su lecho.
Pensativo, sombrío
aguardaba la muerte
espantado a las moscas.
¡Pobre viejo arador de la tierra,
que marido tan dulce perdían
la yunta y la chicha!
Cuando aún con sus pasos
clarinaban espuelas
y al oírlas temblaban
los chalanes impávidos
y las mulas más fieras,
él me enseñó sonriendo
aquel duro manejo
de los fríos relámpagos negros.
Cuando el campo doraba
sus espaldas de fuego
y saltaban sus huesos
como chispas al cielo,
por ochenta centavos
¡todo un día surcaba la tierra!
Viejo arador turbulento,
siempre amé tu lozano sembrío de “ajos”,
tus agrias maldiciones
y tu amor por el asno taciturno.
Ahora adoro tu temple derribado
y ese gesto, tan tuyo, de insolencia bravía
con que siempre enfrentaste la vida
y hoy enfrentas la muerte.
Viejo arador,
incansable domador de la tierra,
¡cuántas anchas campiñas
reverdecieron por la magia de tu arado!
Sesenta años
ijocando tu yunta por Tulape,
Palmío, Mocollope, La Constancia,
Chuín, Casa Grande, Gazñape, Cintuco,
Facalá, Talambo, Mocan…
Sesenta años retemblando la tierra como un trueno;
¿la fortuna que amasaste?
¡¡hijas!….. ¡hijos! Cocineras, lavanderas y peones,
otros tantos labradores incansables de la tierra.
¡Oh dulce abuelo mío!
ya está seco y consumido
tu indómito algarrobo,
tus aspas de molino
están rotas y quietas,
tu caldero se enfría,
tu vela se apaga.
Te vas sin un suspiro ni una queja,
hundido en tu silencio intransigente,
burlándote del cura, de sus óleos y su infierno.
Viejo arador, inmenso árbol de hierro,
allí estás silencioso y pensativo
esperando a la muerte, con fastidio.
Si pudieras hablar, por lo que tarda,
yo sé que la hartarías de blasfemias.
UN HOMBRE TRISTE
Un hombre triste
tuvo una vez un sueño: Quiso
ser poeta,
pero
siguió siendo en la sombra
un hombre triste.
Una vez más soñó, apasionadamente.
Se enroló en la epopeya luctuosa: Quiso
ser un bravo,
vivir épicamente
su última muerte,
pero en el fondo
siguió siendo sin paz
un hombre triste.
Ya sin remedio,
agotada hasta el fin
la última aventura,
convenciose
que no era mala cosa
ser
hasta la médula
un hombre triste.
AUTOREPORTAJE
A todo dar hasta amolarme
aquí me arranco,
entre las cejas se me ha puesto apoderarme
de mi propio universo
con un canto,
si no reviento,
aquí lo empuño, aquí lo alcanzo.
Pienso hacerme el mar –el mar entero-
el viento en popa, la vela y el velero,
además, ser
el marinero.
¿qué escribo?
¡lo que me arranco!
escribo lo que me hierve en los porongos,
escribo lo que me grita desde el combo,
escribo mi corazón piafando en una línea,
escribo, escribo como un desconocido;
escribo, escribo mis bramidos!
¿cómo escribo?
rompiéndome el alma
a golpe de hacha
con toda raza
duela a quien duela
donde la agarre,
al pie del tumbo,
moliendo el lomo y la tutuma
escribo a gatas,
pasito a paso
duro
durango,
escribo a pata.
¿desde dónde escribo?
Desde aquí, donde hoy y siempre
me hallarán chancando,
poesías eléctricas, escribo al sol,
desde mis herrerías,
entre alicates, pernos y tornillos,
metido hasta el hueso sacro en ácido sulfúrico,
en un crisol fundiéndome y fundiendo
plomo, coágulos, mandarrias y estronsium 90,
desde mis invasiones,
aquí, bramando
escribo con esta tinta biensudada.
¿por qué escribo?
¡Porque escribo!,
para ponerle cuernos a la muerte,
para tirarme al tiempo
o para que él
no me tire fácilmente.
Escribo porque quiero mi parte de luz
o de catana,
escribo para hacerme un túnel.
Sólo escribiendo puedo
joder, darle de piñas a la moña.
ponerle un cohete al orden mono;
por eso escribo,
escribo para no morir
sin antes
haber puesto mis huesos en el fuego.
(Fuente: Revista Altazor)
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