domingo, 26 de enero de 2025

Rainer María Rilke (Praga, 1875 - Suiza, 1926)

 

Elegías del Duino (1923)

 

ELEGÍAS DEL DUINO

En propiedad de la princesa Marie von Thurn Taxis-Hohenlohe

 

SEXTA ELEGÍA

 

Higuera, hace ya cuánto me es significativo

tu modo de pasar por alto casi enteramente la

/floración

y sin vanagloria urgir tu puro secreto

hacia dentro del fruto madurado a tiempo.

Como caño de surtidor tu curvado ramaje impulsa

hacia abajo la savia y hacia arriba: y ella salta

/del sueño,

casi sin despertar, a la dicha de su más dulce

/cumplimiento.

Mira: como el dios, al cisne.

… Nosotros, en cambio, nos demoramos,

ay, nos vanagloriamos de florecer, y al tardío

/interior

de nuestro fruto final entra nuestra deslealtad.

A pocos les afluye con tal fuerza la urgencia de la

/acción

que la aguarden ya en pie, fervientes en la plenitud /su corazón,

cuando la seducción del florecer, cual mitigada

/brisa nocturna,

a ellos la  juventud de la boca, a ellos los

/párpados les roza:

a héroes quizá y a los tempranos predestinados al

/otro lado,

a quienes la muerte, jardinera en ratos de ocio,

/curva de otro modo las venas.

Estos se arrojan a la acción: se adelantan

a su propia sonrisa, como al rey victorioso

el atelaje, en los apacibles bajorrelieves de

/Karnak.

Y asombrosamente cerca de los muertos jóvenes está

/el héroe. Durar

no le inquieta. Su existencia es auroral;

/perseverante

se priva de sí y asume la mudada constelación

de su constante peligro. Pocos lo encontrarían allí.

/pero

el que nosotros lúgubre nos acalla, el súbitamente

/exaltado destino,

cantándole lo lleva dentro de la turbulencia de su

/mundo rumoroso.

A nadie oiga yo, como a él. De repente me atraviesa,

con el aire torrencial, su oscurecido tono.

Entonces, ya bien quisiera guardarme de la

/nostalgia: Oh, si yo fuera,

si yo fuera un chico y me estuviera permitido volver /a serlo y me

recostara en los brazos por venir y leyera, a

/propósito de Sansón,

cómo su madre primero nada y después de todo parió.

¿No era héroe ya en ti, oh madre, no comenzó

ya allí, en ti, su imperiosa elección?

Millares fermentaban en tu regazo y querían ser él,

pero mira: él tomó y dejó; eligió y pudo.

Y cuando derribó columnas fue porque brotó

del mundo tu cuerpo al mundo más estrecho, donde

/seguía

eligiendo y pudiendo. ¡Oh madres de los héroes, oh

/manantial original

de corrientes impetuosas! Vosotras, abismos a los

/que,

de arriba, del borde del corazón, con lamentaciones,

se han precipitado ya las muchachas, ofrendadas al

/hijo en el porvenir.

Pues hacia allí tempesteaba el héroe por estancias

/del amor,

cada una, al elevarlo, más lo acercaba, cada corazón

/que  por él palpitaba,

y ya de vuelta, al término de las sonrisas, se

/erguía…

mudado.

 

 

OCTAVA ELEGÍA

                                          A Rudolf Kassner

 

Con todos los ojos ve la criatura

lo abierto. Solos nuestros ojos están

como invertidos y la rodean completamente

como cepos circundando su libre salida.

Lo que es afuera, lo sabemos apenas

por el semblante del animal; pues ya al temprano /niño

le volvemos la cabeza y le forzamos a que vea,

hacia atrás, la conformación, no lo abierto, que

en el rostro del animal es tan hondo. Libre de /muerte.

A ella la vemos solo nosotros; el libre animal

tiene su ocaso siempre tras de sí

y ante sí al dios, y en su andar va por

la eternidad, tal como las fuentes.

Nosotros no estamos nunca, ni un solo día,

en presencia del puro espacio al que las flores

infinitamente se abren. Siempre es mundo

y nunca ninguna parte sin no: lo puro,

incontrolado, que uno respira

e infinitamente sabe y no codicia. De niño,

alguno se abisma calladamente allí y es

sacudido. O aquel otro muere y lo es.

Pues junto a la muerte no se ve ya la muerte

y se mira absorto hacia afuera, quizá con la gran /mirada del animal.

Los amantes, si no existiera el otro que

Distorsiona la visión, estarían cerca de eso, /maravillados.

Como por descuido, se les ha abierto

por detrás del otro… Pero sobre él

no avanza ninguno y de nuevo se le hace mundo.

A la creación siempre vueltos, vemos

solo en ella el reflejo de lo libre,

oscurecido de nosotros. O que un animal,

un mudo animal, alza la vista y mira tranquilamente /a través de nosotros.

A esto se le llama destino: estar en frente

y nada más que eso y siempre enfrente.

Si hubiera conciencia como la nuestra en el

seguro animal que, viniendo en dirección contraria,

avanza hacia nosotros, nos arrastraría

a su modo de vida. Pero su ser le es

infinito, inasible y sin mirada

sobre su condición, pura como perspectiva.

Y donde nosotros vemos futuro, él ve totalidad

y se ve en la totalidad, sano y salvo por siempre.

Y, sin embargo, hay en el alerta animal caliente

el peso y la inquietud de una gran melancolía.

Pues también a él se adhiere siempre lo que

a menudo nos subyuga –el recuerdo-,

como si aquello a lo que uno se urge hubiera sido

ya una vez más cercano, más fiel, y su /incorporación,

infinitamente tierna. Aquí todo es distancia,

y allí era aliento. Tras la primera tierra natal,

la segunda le resulta híbrida y azotada por el viento.

Oh ventura de la minúscula criatura

Que permanece siempre en el seno que consumó su /gestación;

oh dicha del mosquito que sigue saltando dentro,

aunque celebra sus nupcias: pues seno es todo.

Y mira tú la seguridad a medias del ave

que por su origen sabe casi de ambas cosas,

como si fuera alma de etrusco,

de uno muerto que con su figura yacente

cerrara el espacio que lo acogió.

Y cuán desconcertado aquel que procediendo

de seno, debe volar. Como si tuviera pavor

de sí mismo, cruza bruscamente el aire, como grieta

que atraviesa una taza. Así el surco del murciélago

resquebraja la porcelana de la tarde.

¡Y nosotros: espectadores, siempre, por doquier,

vueltos a todo y nunca hacia fuera!

Todo nos desborda. Le ponemos orden. Se derrumba.

Le ponemos orden otra vez y nos derrumbamos nosotros.

¿Quién nos ha dado vuelta de tal modo que,

hagamos lo que hagamos, estamos en la actitud

de quien se marcha? Así como él, sobre

la última colina que le muestra una vez más

todo su valle, se vuelve, se detiene, se demora,

así vivimos nosotros, siempre despidiéndonos.

 

 

Traducción y prólogo JORGE MARIO MEJÍA

 

Elegías del Duino. Medellín. Editorial Universidad  de Antioquia. 2010. Págs. 41-44, 55-59.

 

(Fuente: La Mecánica Celeste)

 

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