El plancton de los libros
¿Para qué subrayar libros
cuando eres viejo?
El que subraya
cuenta con regresar
y tú a estas alturas
de cada página leída te despides.
Ahórrate el fastidio
de resaltar una palabra o un párrafo.
En vez de frases suculentas
retén de cada libro
algo que no se pueda subrayar.
De bellas frases se hacen páginas,
no libros. Ahí está el cetáceo,
el gran herbívoro del mar,
que absorbe sin querer
el plancton que lo nutre.
Si hambre tiene, es de profundidad,
por eso viaja a lo más hondo como nadie.
Aprende de él y absorbe tú también
el plancton de los libros.
Miro en un libro unas fotos
de casas muy pequeñas,
con alcobas diminutas,
escaleritas de madera
y claraboyas en el techo
por las que penetra
una luz de cuento.
Casas con todo a la vista
con sólo abrir la puerta,
sin rincones ocultos
en donde pudiera anidar
un oscuro huésped.
Casas para que dos se quieran
con la mirada limpia
y enlazadas las manos.
Pero una noche de viento
una rama que roza los vidrios
anuncia que el bosque está afuera,
y los dos, que no olían,
ahora huelen, y el olor, ese huésped
extraño, enemista sus manos.
Las ramas oprimen los vidrios
con un rasguño feroz que no cesa
y los dos han dejado
de mirarse a los ojos,
dejando a las manos que busquen
secretos del otro guardados.
No entiendo al Espíritu Santo,
con todo respeto no sé qué es y qué hace
en medio del Padre y del Hijo,
como si éstos sin él
fueran un padre y un hijo cualquiera.
Nunca he entendido a ese señor inmaterial
y de apellido grave,
el Espíritu Santo,
que le robó su puesto a la Virgen María,
tan dulce y necesaria.
Lo retratan como una paloma,
a falta de una caracterización más precisa.
Ahí estaba la Virgen muy puesta,
más clara que una gota
y más pura que la llama.
Yo soy ateo desde los doce
por culpa del Espíritu Santo,
como creo que casi todos los ateos.
Pongan a la Virgen dulcísima
y podemos sentarnos a hablar.
Me imagino al Hijo preguntarle
al Padre: ¿quién es éste?
Es el Espíritu Santo, hijo.
Para qué sirve, pregunta Cristo.
Y el Padre se lo lleva aparte:
Habla en voz baja, que se ofende.
Ahora te explico. Hazte cuenta
que yo soy el fuego
y tú eres la madera.
Falta el cerillo. ¿Me comprendes?
¡Ah!, dice Cristo, en verdad
no lo había pensado.
La chispa del arranque, acota
el Padre, y se miran y exclaman:
¡El Espíritu Santo!
Le digo a R que vayamos al café,
pero me dice que está cansado.
Le digo descansarás mejor
con una taza de café
y él dice okey, que me adelante,
y al doblar la esquina veo venir a D y a G.
Vamos al café, les digo,
R nos va a alcanzar ahí;
ese café es ruidoso, dice D,
yo objeto que a media tarde no va nadie
y sirven unos pasteles regios,
y G: sus mesas se tambalean
y hacen que se derrame el té,
y yo: es peor que se derrame el tiempo,
la vida se termina;
te alcanzaremos, prometen D y G,
y lo mismo dice K
cuando lo encuentro en la siguiente esquina;
opina que ese café es muy caro
y le digo que yo invito,
que irá R y nos alcanzarán D y G,
que la vida se termina y se derrama el tiempo
y habrá pasteles para todos,
y K: ve tú a abrir camino, yo no tardo,
y voy al café a esperarlos,
al cansado de R y al delicado de D,
al quisquilloso de G y al tacaño de K.
Me sirven un pastel muy malo, se me derrama
el té en la mesa, pago una cuenta
exorbitante y me retiro,
plantado por mis muertos
en un café semivacío.
Yo soy el río de Heráclito
y aparezco en todas las guías turísticas de Grecia.
Hileras de bañistas se forman para entrar en mis aguas.
Se quedan un minuto exacto
y les dan una toalla para que se sequen.
Por razones de higiene hay un letrero que reza:
Prohibido secarse dos veces con la misma toalla.
Qué hermoso calcetín
que quedó solo,
he buscado y rebuscado
y no encuentro su par,
y cuanto menos lo encuentro,
más hermoso me parece.
Lo pongo a lavar
como una prenda más
y creo que me agradece
que no lo aparte del resto
(ha de ser triste quedarse seco
mientras los otros van
a darse un chapuzón),
y en el cajón que se llenó de nuevo
hundo otra vez mis manos,
a ver si ahora tengo suerte,
y si de casualidad
el par se recompone
(sucede entre los calcetines),
tendré cuidado, a la hora de ponerlos,
de estirarlos bien
y me pondré unos pantalones cortos
para que no haya duda de que salí a lucirlos.
* Poemas pertenecientes a Canción segunda (Ediciones Era, 2025).
Fabio Morábito / Alejandría, Egipto, 1955. Poeta, ensayista, narrador y traductor mexicano. Es autor de los libros de poemas La ola que regresa (Poesía reunida) (2006), Delante de un prado una vaca (2011), A cada cual su cielo (2021) y Canción segunda (2024 y 2025), así como de los libros de narrativa Cuentos populares mexicanos (2014), Madres y perros (2016), El lector a domicilio (2018) y Jardín de noche (2024), entre otros. Además, tradujo la poesía completa de Eugenio Montale. Su obra ha merecido el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Roger Caillois.
(Fuente: periodicodepoesía.unam.mx)
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