El espejo & otros poemas | Mihee Jo
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El espejo
¿Quién ha entrado y vive en mí?
Sueño con las noventa y nueve temporadas.
Las mujeres del fresco salen en fila y beben del pozo que ha cavado Freud.
Sin resentimientos,
las personas siempre pueden cambiar.
Un asado bien jugoso y kimchi,
arroz blanco y aceitunas saladas que se enredan en la punta de la lengua
en un arcoiris de sabor desconocido.
Veo solo lo que quiero ver y confío sólo en la intuición.
Sin resentimientos,
las personas no siempre cambian.
Yo tengo un reloj de sol y tú tienes un reloj de agua.
Creo que la causalidad y la fatalidad,
artificiales como un condimento picante, son lazos personales.
¿Acaso cuando el lazo es fuerte no es amor?
Compruebo al mismo tiempo el error y la ilusión óptica.
Me enamoro de ti
cuando no te puedo borrar del todo dentro de mí.
Por esta razón,
a veces
no puede leer del todo tu cielo infinito encerrado al otro lado del vidrio.
¿Acaso no eres tú mi placentero lugar de eterno descanso,
en donde mi corazón se hunde cada vez más?
Si le pongo tu nombre
a ese largo túnel que muestra noventa y nueve colas,
¡crack! Tú no eres un espíritu que abre grandes los ojos
como si fuera a morirse,
¿no serás un espejismo del inconsciente encerrado en el molde de la conciencia?
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Ojalá tuviera un amigo así
A veces,
cuando no encuentro dónde apoyarme,
ojalá tuviera un amigo que
en silencio
le diera palmadas a mi sombra de hombros caídos y caminara conmigo sin decir nada.
De pronto,
cuando me ensimismo pensando en las relaciones humanas
haciendo adiós con la mano a los días calientes que no volverán,
ojalá tuviera un amigo que
desenterrando palabras de antaño
me recitase un poema deslumbrante como las flores del jacarandá en noviembre.
Repentinamente,
cuando desaparecen todos los pensamientos
y hasta las cosas visibles e invisibles se hacen lejanas,
ojalá tuviera un amigo que
se acercase con el caminar de la luna y me cantase una canción olvidada.
A veces,
cuando el camino se hace sombrío
y quedo agotada como el viento por estar con la gente,
me gustaría tener un amigo como la canción del Arirang
que “arirang, arirang” me congracie con el dolor.
Es lo que me gustaría.
Si te tuviera conmigo,
pondríamos una piedra de apoyo hasta en el tiempo donde uno pierde el pie
y sosteniéndonos como las aguas del río, ora yendo delante y ora yendo atrás,
haríamos contentos cualquier camino por largo que fuese.
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Antena
Cuando abrí los ojos,
me hizo crecer la primavera que florecía y se marchitaba.
Ahora que ha llegado el deshielo a mi cuerpo,
se me forman grietas y me circula sangre seca.
Hago un nido
trayendo en el pico los tiempos vanos.
No quería abrir los ojos
a la luna que sale hasta en sueños.
Como el ser sacudida, borrar y tirar
me hace llorar,
quiero salvarme a mí misma
que ardo sin llamas.
Todo lo que rehúsa tener alas entierra sus pies en el suelo
y la tierra fluye desde el cielo.
Cuando de vez en cuando el cielo exhausto derrama amor,
se arremolinan las nubes.
Quiero romper la cáscara del deseo
y ser sacudida
con la cantidad de espera permitida.
Quiero ser de nuevo un pájaro
martillando un amor que cuanto más se abrasa más se eleva.
Al final nosotros
estamos cruzando un día de cien años.
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Bichitos de luz
Vi bichitos de luz,
vi estrellas que vuelan.
En una humilde noche de verano cargada de estrellas,
una media luna dorada como un pan bien horneado
contemplaba desde lo alto nuestra cena
como si acabara de llegar después de ofrecer su mitad a alguien.
Después de poner el asado en el plato,
cortábamos la grasa que es como una confesión vana
y la pasión demasiado quemada,
cuando habló mi padre:
“Miren junto a la luna. Hay una estrella que brilla y luego desaparece”.
Esa noche cinco pares de bichitos de luz sobre la mesa
fueron cortando y comiendo a trozos las palabras de mi padre
mientras esperaban la estrella
y limpiaban el camino de la media luna.
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La civilización del arcoiris
La escalera de las hermanas oculta detrás de las nubes
llega hasta el nido de una alondra.
Se reconocen entre ellas al arrancarse los cabellos negros y flexibles.
A cierta distancia para que no se mezclen sus perfumes,
se tallan los corazones y uniendo entre sí esos pedazos
van completando el santuario del sol.
Su ciudad en el aire
tiene el misterio de una cumbre nevada al otro lado de una espesa selva tropical.
Los guerreros le ponen una corona al sol y hacen vallas con el arco iris
para llegar a ser más valientes.
Los árboles que no pueden atravesarlas bajan la cabeza.
Atrapado en su propio cepo, el arcoiris arde hasta agotarse
y es lanzado contra el horizonte.
De nuevo ellas
suben las escaleras de las siete pasiones y se maquillan.
Los siete imperios se unen
y nace una nueva civilización.
Cuelgan un planeta como antena, levantan un altar para mantener atado al arcoiris
y celebran una fiesta una vez al mes.
En sus espejos siempre hay caminos nuevos jamás andados
y aquellos que reaccionan y se mueven
son quienes llevan adelante su civilización.
Inyectan el arcoiris.
Ahora mi pregunta se convierte en un idioma desaparecido de la tierra
y la civilización que debe completar la respuesta
aún no llega.
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Mihee Jo. Seúl, Corea del Sur, 1961. Reside en Buenos Aires desde 1991.
Poeta, Traductora, profesora de lengua y literatura coreana.
Graduada de la D. Seoul Cultur Arts University y del National Institute of KoreanLanguage.
Publicó los libros de poemas: El eco colgado en la luna creciente (2008), Che Guevara y brownies (2015).
Obtuvo los Premios: Asociación de Escritores Coreanos (2006), Overseas
Korean Foundation(2007), nuevos talentos de literatura en ‘Peace
Broadcast newspaper’, Corea(2008).
Organizó el festejo de los 50 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre
Argentina y Corea (2012) publicando el libro de poemas.
Organizó los libros Antologías de la literatura Coreana para el marco de los 50 años de la
inmigración coreana en la Argentina (2015).
Publicó los libros Antologías bilingüe español-Coreano (2016) en España.
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