martes, 21 de diciembre de 2021

D. H. Lawrence (Reino Unido, 1885-1930)

 

Poemas escogidos

D. H. Lawrence

 

ORTIGAS Y MAS TRINITARIAS (1929)

 

UN CORAZÓN HUMANO

 

Existe el otro universo, el del corazón humano

del que nada sabemos, al que no osamos explorar.

Una extraña distancia gris separa

nuestra débil mente quieta del pulsante continente

del corazón del hombre.

Los precursores apenas han desembarcado en las costas

y ningún hombre, ninguna mujer conoce

el misterio del interior

cuando aún más oscuros que el Congo o el Amazonas

fluyen los ríos del corazón con plenitud, deseo y penuria.

 

ORACIÓN MODERNA

¡Todopoderoso Mamón, hazme rico!

¡Hazme rico rápidamente, sin que jamás haya una traba

en mi magnífica prosperidad! ¡Expulsa a esos que me estorban

desde las alcantarillas, Mamón, gran hijo de puta!

 

RÉPLICA A WHITMAN

Y quien ande una milla pletórico de falsa simpatía

camina al funeral de toda la raza humana.

 

RÉPLICA A JESÚS

Y quien se obliga a amar a todo el mundo

engendra a un asesino en su propio cuerpo.

 

 

ÚLTIMOS POEMAS (1929)

EN LAS CIUDADES

 

En las ciudades

ya no hay ni tan siquiera clima

el clima en la ciudad siempre es bencina, o humos de gasolina,

aceite lubricante, escapes de gas.

Como encima de un denso pantano, se espesan

las humaredas, el miasma, el humo de los automóviles

se espesa densamente en las ciudades.

En la antigua Roma, por las callejas atestadas

no correteaban las ruedas; no había insolente carroza.

Únicamente los pasos, los pasos

de la gente

y el suave trote de los basureros.

En Minos, en Micenas

en todas las ciudades con puertas de leones

los muertos enhebraban el aire, demorándose,

demorándose a la sombra de la tierra

e inclinándose hacia el viejo hogar.

En Londres, Nueva York, París,

en las ciudades reventadas

los muertos andan pesadamente a través del aire enlodado,

a través del lodazal de humaredas,

pesadamente, pisoteando, aburridos nuestros corazones.

 

 

 

EL BARCO DE LA MUERTE

1

Ahora es el otoño y el fruto caído

y el largo viaje hacia el olvido.

Las manzanas caen como grandes gotas de rocío

para desgarrase una salida de sí mismas.

Y es hora de partir, de decir adiós

al propio ser y hallar una salida

desde el ser caído.

 

2

¿Ya has construido tu barco de la muerte?

Oh, construye tu barco de la muerte porque lo necesitarás.

Esta próxima la horrenda helada en que caerán las manzanas

Rotundas, casi tronantes, sobre la tierra endurecida.

¡Y la muerte está en el aire como un olor a ceniza!

¡Ah! ¿No la sientes?

Y en el cuerpo golpeado, el alma asustada,

se descubre encogiéndose, sobresaltada por el frío

que se cuela por los orificios.

 

3

¿Y puede un hombre crear su propia muerte

con una daga desnuda?

Con dagas, puñales, balas, el hombre puede hacer

una herida o una salida para la vida;

pero, ¿es eso una muerte, oh, dime, es la muerte?

¡Por cierto que no! Porque, ¿cómo puede el asesinato,

incluso el suicidio,

crear jamás una muerte?

 

4

Oh, hablemos del silencio que conocemos,

que podemos conocer, el quieto y amoroso silencio

de un fuerte corazón en paz!

¿Cómo podemos lograr nuestra propia muerte?

 

5

Construye pues el barco de la muerte ya que debes emprender

el más largo viaje, el del olvido.

Y muerte la muerte, la larga y dolorosa muerte

que yace entre el viejo y el nuevo ser.

Ya han caído nuestros cuerpos malheridos,

ya nuestras almas rezuman por la herida

de la cruel contusión.

Ya el oscuro e insondable océano del fin

penetra por las grietas de nuestras heridas,

ya está sobre nosotros la inundación.

Oh, construye tu barco de la muerte, tu pequeña arca

y cárgala de comida, de pequeños pasteles y de vino

para la oscura travesía por el olvido.

 

6

Despedazado muere el cuerpo, y el alma tímida

ya pierde pie cuando sube la tenebrosa marejada.

Estamos muriendo, muriendo, todos morimos

y nada detendrá la marejada, mortal dentro nuestro

y pronto inundará el mundo, el mundo exterior.

Muriendo estamos, muriendo, en pedazos se mueren los cuerpos

y nos abandona la fortaleza,

y se agazapa nuestra alma desnuda en la negra lluvia

por encima de la inundación,

acurrucándose en las últimas ramas del árbol de nuestra vida.

 

7

Estamos muriendo, muriendo, y entonces ahora lo único podemos hacer

es disponernos a morir y a construir el barco

de la muerte que lleva el alma en su largo viaje.

Un barquichuelo, con remos y alimentos

y platillos y todos los avios de la muerte

para porta el alma en el más largo viaje.

Bota ya el barquichuelo, ahora que muere el cuerpo

y que departe la vida, bótalo, la frágil alma

en la frágil nave del coraje, el arca de la fe

con su provisión de alimentos y de pequeñas cacerolas

y mudas de ropa,

sobre la negra superficie del diluvio

sobre las aguas del fin

sobre la mar de la muerte, donde aún navegamos

oscuramente porque no podemos gobernarla, no tenemos puerto.

No hay puerto, no hay dónde ir

sólo la oscuridad que se cierne cada vez más negra,

más negra en el mudo y callado diluvio.

Oscuridad sobre oscuridad, arriba y abajo

y a los lados absolutamente oscura y entonces ya no hay más dirección.

Y el barquichuelo está allí; no obstante se ha ido.

No se lo ve porque no hay forma de verlo.

¡Sé ha ido! ¡Se ha ido! Y no obstante

aún está en alguna parte.

¡En ninguna parte!

 

8

Y todo se ha ido, el cuerpo ha desaparecido

por completo, ido, completamente ausente.

La oscuridad superior pesa tanto como la inferior

y entre ambas, el barquichuelo

se ha ido,

se ha ido.

Es el fin, es el olvido.

 

9

Y sin embargo, de la eternidad se separa

un hilo en la oscuridad,

un hilo horizontal

que ahuma con un poco de palidez la oscuridad.

¿Se trata de una ilusión? ¿O la palidez humea

un poco más alto?

Ah, espera, espera porque allí es la aurora,

el alba cruel de regresar a la vida

desde el olvido.

¡Aguarda, aguarda! Aún así, una llamarada amarilla,

y extrañamente, ¡oh alma fría y plomiza!, una rósea llamarada.

Una rósea llamarada y todo recomienza.

 

10

Baja la inundación, y el cuerpo, cual roída concha marina,

emerge extraño y amoroso.

Y el barquichuelo vuela a casa, a los tropezones

sobre la roja marejada,

y se adelanta el alma frágil de regreso al hogar

colmando de paz el corazón.

Se mece el corazón renovado por la paz,

Incluso por el olvido.

¡Oh, construye tu barco de la muerte, oh, constrúyelo!

Porque lo necesitarás.

Porque te aguarda la travesía del olvido.

 

 

Selección y versión de MARCELO COVIAN

 

Poemas Escogidos. Madrid. Visor. 1982. Págs. 93-96, 106-107, 112-122.  


(Fuente: La Mecánica Celeste)

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