lunes, 21 de septiembre de 2020

T.S. Eliot (EEUU, 1888 - 1965)

 

Gerontion

 

Aquí estoy, un viejo en un mes seco,
con un chico que me lee, esperando la lluvia.
No estuve en las puertas calientes
ni combatí en la lluvia ardorosa
ni hundido hasta las rodillas en el pantano salobre,
blandiendo un machete, picado por insectos, combatí.
Mi casa es una casa en decadencia,
y en el alféizar de la ventana se acuclilla el judío, el propietario,
desovado en algún café de Amberes,
ampollado en Bruselas, remendado y despellejado en Londres.
La cabra tose de noche en el campo de arriba;
rocas, musgo, uva cana, hierro, mierdas.
La mujer se ocupa de la cocina, hace el té,
estornuda al anochecer, hurgando el sumidero quisquilloso.
 
Yo, un viejo,
una cabeza embotada entre espacios ventosos.
Los signos se toman por prodigios. “¡Queremos ver un signo!”
La palabra dentro de una palabra, incapaz de pronunciar una palabra,
entre pañales de oscuridad. En la juventud del año
vino Cristo el tigre
 
en el depravado mayo, cornejo y castaño, árbol de Judas en flor,
para ser comido, para ser compartido, para ser bebido
entre murmullos; por el Sr. Silvero
de manos que acarician, en Limoges
que se paseó toda la noche en la habitación de al lado;
por Hakagawa, haciendo reverencias entre los tizianos;
por Madame de Torquist, moviendo las velas
en la sala oscura; Fräulein von Kulp
que volvió la cabeza en el hall, una mano en la puerta.
Lanzaderas vacías tejen el viento. No tengo fantasmas,
un viejo en una casa con corrientes
al pie de una loma ventosa.
 
Con ese conocimiento, ¿qué perdón? Ahora piensa,
la historia tiene muchos pasajes astutos, corredores y salidas
artificiales; nos engaña con ambiciones susurrantes,
nos guía con vanidades. Ahora piensa,
ella da cuando nuestra atención se distrae
y lo que da, lo da con confusiones tan flexibles
que lo dado hambrea al anhelo. Demasiado tarde da
aquello en lo que ya no creemos, o si creemos aún,
sólo en recuerdo, pasión reconsiderada. Demasiado pronto da,
en débiles manos, aquello que creemos prescindible
hasta que el rechazo propaga un miedo. Piensa,
ni el miedo ni el coraje nos salvan. Nuestro heroísmo
engendra vicios innaturales. Nuestros crímenes descarados
imponen virtudes en nosotros. Estas lágrimas
son arrancadas del árbol de la ira.
 
El tigre salta en el año nuevo. Nos devora. Piensa finalmente,
no hemos llegado a ninguna conclusión, cuando yo
me pongo tieso en una casa alquilada. Piensa finalmente,
no expuse estas cosas sin un objeto
y no ha sido por ninguna incitación
de los demonios que miran hacia atrás.
Soy honesto contigo acerca de esto.
Yo, que estaba cerca de tu corazón fui apartado de él
para perder la belleza en el terror, el terror en la inquisición.
He perdido mi pasión: ¿para qué debería conservarla
si lo que se conserva por fuerza se adultera?
He perdido mi vista, olfato, oído, gusto y tacto:
¿cómo podría usarlos para acercarme a ti?
 
Éstas, con otras mil reflexiones menores,
prolongan el beneficio de su delirio helado,
excitan la membrana con salsas picantes,
cuando el sentido se ha enfriado, multiplican la variedad
en una selva de espejos. ¿Qué hará la araña?
¿Suspender su trabajo? ¿Va a demorarse
el gorgojo? De Bailhache, Fresca, Mrs. Cammel,
lanzados en átomos fracturados más allá del circuito
de la Osa tiritante. Gaviota contra el viento, en los estrechos ventosos
de Belle Isle, o volando sobre el Cabo.
Plumas blancas en la nieve, reclama el Golfo,
y un viejo empujado por los Alisios
hacia un rincón soñoliento.
Inquilinos de la casa,
pensamientos de un cerebro seco en una seca estación.
 
 
                                 1920
 
 
 
    Versión de Gerardo Gambolini
 
 
 
(Fuente: Patricia Damiano blog) 

 

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